A seis meses de que las chispas de una bala quemaran las piernas de Gabriella Magers-Darger en el tiroteo del desfile del Super Bowl de los Kansas City Chiefs, la joven de 14 años está lista para dejar atrás el pasado.
Enfrenta los desafíos de ser una estudiante de primer año de secundaria, aunque también está emocionada de reencontrarse con sus amigos y volver a bailar y a jugar voleibol. Incluso podría unirse al equipo de lucha libre para ganarse el respeto en la escuela.
Pero el pasado sigue presente.
En una reunión del 4 de julio, un amigo de la familia llevó auriculares que amortiguan el ruido, por si los fuegos artificiales eran demasiado para ella. A principios del verano, Gabriella tuvo dificultades para ver la colección de armas de un pariente, especialmente las pistolas. Y comenzó a hiperventilar cuando vio la herida en el dedo de un amigo de la familia que se había cortado accidentalmente: la vista de la sangre le recordó a Lisa Lopez-Galván, quien murió por una herida de bala afuera de Union Station, la única fatalidad ese día.
Su madre, Bridget Barton, dijo que Gabriella ha tenido una actitud más dura desde el desfile. “Ha perdido algo de suavidad, algo de dulzura”, observó.
Los niños son particularmente vulnerables al estrés de la violencia con armas de fuego, y 10 de las 24 que sufrieron heridas de bala en el desfile del 14 de febrero tenían menos de 18 años. Muchos más niños como Gabriella experimentaron el trauma de primera mano. Enfrentan miedo, ira, problemas de sueño e hipersensibilidad a las multitudes y los ruidos.
Una adolescente de 15 años que recibió disparos en la mandíbula y el hombro prácticamente dejó la escuela por un tiempo, y los ataques de pánico diarios también le impidieron asistir a la escuela de verano.
Un niño de 11 años que recibió un disparo describió sentirse enojado en la escuela por razones que no podía explicar. Una niña de 5 años que estaba sobre los hombros de su padre cuando le dispararon entra en pánico cada vez que su papá se siente enfermo, temiendo que le hayan disparado de nuevo.
“No es la misma niña. Quiero decir, definitivamente no lo es”, dijo Erika Nelson, madre de Mireya, de 15 años, quien tiene cicatrices en la mandíbula y la cara. “Nunca sabes cuándo va a estallar. Nunca sabes. Podrías decir algo o alguien podría mencionar algo que le recuerde ese día”.
En 2020, las armas superaron a los accidentes automovilísticos como la principal causa de muerte de niños, pero un número mucho mayor sufren heridas de balas y sobreviven. La investigación sugiere que los niños sufren lesiones por armas de fuego no fatales entre dos y cuatro veces más a menudo de lo que son asesinados con armas.
Científicos dicen que los efectos a largo plazo de la violencia armada en los niños se investigan poco y son mal comprendidos. Pero el daño es generalizado. Investigadores de Harvard y del Hospital General de Massachusetts encontraron que durante el primer año después de una lesión por arma de fuego, los sobrevivientes infantiles experimentaron un aumento del 117% en trastornos del dolor, del 68% en afecciones psiquiátricas y del 144% en adicciones. Los efectos en la salud mental se extienden a madres, padres y hermanos.
Para muchos afectados por el tiroteo en Kansas City, Missouri, los desencadenantes comenzaron de inmediato.
“Me enojo fácilmente”
A solo 10 días que Samuel Arellano fuera baleado en el desfile, fue a otro gran evento deportivo.
Samuel fue invitado a un partido de baloncesto masculino de la Universidad de Kansas en el Allen Fieldhouse en Lawrence. Durante un descanso del partido, con una cámara de video apuntando a Samuel y a sus padres, Jalen Wilson, ex estrella de KU, apareció en la pantalla y se dirigió a él directamente.
“Escuché tu historia”, dijo Wilson, que ahora juega en la NBA, desde la pantalla gigante. “Estoy muy agradecido de que estés aquí hoy, y es una bendición que podamos tenerte para brindarte el amor y apoyo que realmente mereces”.
Wilson pidió a los 16,000 fans presentes que se pusieran de pie y aplaudieran a Samuel. Mientras la multitud aplaudía y un locutor exclamaba que era un “joven valiente”, Samuel miró a sus padres, luego al suelo, sonriendo tímidamente.
Pero minutos después, cuando el partido se reanudó, Samuel comenzó a llorar y tuvo que salir del auditorio con su madre, Abigail.
“Cuando se puso bastante ruidoso, fue cuando comenzó a desmoronarse de nuevo”, dijo su padre, Antonio. “Así que ella tuvo que salir con él por un momento. Así que cualquier lugar ruidoso, si es demasiado fuerte, lo afecta”.
Samuel, que cumplió 11 años en marzo, fue baleado a la altura de las costillas en su lado derecho. Ahora, la cicatriz en su espalda es apenas perceptible, pero los efectos persistentes del tiroteo son evidentes. Está viendo a un terapeuta, al igual que su padre, aunque a Abigail le ha resultado difícil encontrar uno que hable español y aún no ha tenido una cita.
En las primeras semanas luego del tiroteo, Samuel tuvo problemas para dormir y a menudo se metía en la cama con su madre y su padre. Solía tener buenas notas, pero eso se volvió más difícil, dijo Abigail. Su personalidad ha cambiado, algo que a veces se ha manifestado en la escuela.
“Me enojo fácilmente”, dijo Samuel. “Nunca he sido así antes, pero si me dicen que me siente, me enojo. No sé por qué”.
Los niños traumatizados a menudo tienen dificultades para expresar emociones y pueden tener arrebatos de ira, según Michelle Johnson-Motoyama, profesora de trabajo social en la Universidad Estatal de Ohio.
“Estoy segura que para ese niño hay una sensación de tremenda injusticia por lo que sucedió”, dijo Johnson-Motoyama.
Especialmente justo después del tiroteo, Samuel tenía ataques de pánico y comenzaba a sudar, contó Antonio. Los terapeutas les dijeron que eso era normal. Pero los padres también lo mantuvieron alejado de su teléfono por un tiempo: había demasiado sobre el tiroteo en las noticias y en internet.
Abigail, que trabaja en un concesionaria de automóviles con Antonio, está ansiosa por ver a su hijo cambiar, por su sufrimiento y tristeza. También está preocupada por sus tres hijas, una de 16 años y gemelas de 13. Su padre, Victor Salas, que estaba con Samuel en el desfile, también estaba devastado después de los hechos.
“Estoy llorando y llorando y llorando por lo que pasó”, dijo Salas en español cuatro días después del desfile. “Porque fue un caos. Eso no significa que las familias no amen a su familia, pero todos huyeron para salvar sus propias vidas. Salvé la vida de mis nietos, pero ¿qué pasa con el resto de la gente? No estamos preparados”.
En el lado positivo, Samuel se sintió muy apoyado por la comunidad en Kansas City, Kansas. Muchas personas de su escuela se acercaron en los primeros días para visitarlo, amigos e incluso un ex conductor de autobús, que estaba llorando. Tiene una “habitación llena de dulces”, dijo Abigail, en su mayoría Skittles, su favorito.
En su cumpleaños, recibió una pelota de fútbol americano autografiada por Patrick Mahomes, mariscal de campo de los Kansas City Chiefs. Lo hizo llorar, algo que ocurre con bastante frecuencia, dijo su padre.
“Hay días buenos y malos, días más normales y fáciles, y luego hay días en los que la familia tiene que estar un poco más atenta y apoyarlo”, dijo Abigail en español. “Siempre ha sido extrovertido y hablador como su madre, pero eso ha cambiado desde el desfile”.
El 4 de julio, disparador de una semana
El 4 de julio fue particularmente angustiante para muchos de los jóvenes sobrevivientes y para sus familias. ¿Deberían comprar fuegos artificiales? ¿Querrían celebrar? ¿Por qué todos los petardos que explotan en el vecindario suenan como disparos?
Este año, Gabriella, de 14 años, necesitó la ayuda de su padrastro, Jason Barton, para encender sus fuegos artificiales, algo que normalmente hace con entusiasmo. En el desfile, como muchas personas, la familia Barton primero confundió el sonido de los disparos con fuegos artificiales.
Y Erika Nelson, madre soltera de Belton, Missouri, temía incluso mencionar la celebración a Mireya, quien siempre ha amado el Día de la Independencia. Eventualmente, Mireya dijo que no quería fuegos artificiales grandes este año y que solo quería que su madre los encendiera.
“Cualquier pequeño desencadenante, quiero decir, podría ser un ligero chasquido, y ella se tensaba”, dijo Erika Nelson.
Patty Davis, gerente de programas para el cuidado informado sobre el trauma en el hospital Children’s Mercy en Kansas City, dijo que incluso clientes suyos que estuvieron en el desfile pero no resultaron heridos todavía se estremecen ante los sonidos de sirenas u otros ruidos fuertes. Es una respuesta poderosa a la violencia armada en general, no solo al desfile.
“No es una respuesta exagerada”, dijo Davis. “De hecho, es muy natural para los jóvenes, y no tan jóvenes, que han experimentado algo similar o han presenciado violencia con armas de fuego”.
“No se trata de un trauma accidental, sino de un trauma perpetrado con fines violentos, que puede provocar un mayor nivel de ansiedad en las personas que lo viven, que se preguntan si volverá a suceder. ¿Y qué tan seguras están?”, agregó.
Reviviendo el instante
Los ruidos extraños, las luces brillantes y las multitudes pueden tomar desprevenidos a los niños y a sus padres.
En junio, Mireya Nelson estaba esperando a su hermana mayor después de un recital, con la esperanza de ver a un muchacho. Su madre quería ir, pero Mireya la hizo callar. “De repente, se escuchó un estruendo muy fuerte”, dijo Erika. “Se agachó y luego se levantó de un salto. Dijo: ‘¡Dios mío, me estaban disparando otra vez!’”. Mireya lo dijo tan fuerte que la gente se quedó mirando, así que fue el turno de Erika de hacerla callar y tratar de calmarla. “Le dije: ‘Mireya, está bien. Estás bien. Se les cayó una mesa. Solo están sacando cosas. Fue un accidente’”, explicó Erika.
Pasaron unos minutos hasta que el shock se disipó y más tarde Mireya se rió de la situación, pero Erika siempre está atenta.
La tristeza inicial de su hija (que veía películas durante horas y lloraba todo el tiempo) se ha transformado en descaro. Medio año después, Mireya bromea sobre el tiroteo, lo que destroza a su madre. Pero tal vez eso sea parte del proceso de sanación, dijo Erika.
Antes del 4 de julio, Mireya fue a Worlds of Fun, un gran parque de diversiones, y la pasó bien. Se sintió bien porque había guardias de seguridad por todas partes. También disfrutó de una visita a la oficina local del FBI con una amiga que estaba con ella el día del tiroteo.
Pero cuando alguien le sugirió ir al ballet, Mireya lo descartó rápidamente: está cerca de Union Station, el lugar del tiroteo. Ya no quiere ir al centro. Erika dijo que ha habido muchas citas médicas y dificultades económicas, y que su mayor frustración como madre es no poder arreglar las cosas para su hija.
“Tienen que seguir su propio camino, su propio proceso de curación. No puedo sacudirla, como diciéndole: ‘Vuelve a ser tú misma’”, dijo Erika. “Podría llevar meses, años. ¿Quién sabe? Podría ser el resto de su vida. Pero espero que pueda superarlo un poco”.
Piel de gallina en medio del calor sofocante
James Lemons notó un cambio en su hija de 5 años, Kensley, que estaba sobre sus hombros cuando le dispararon en el desfile.
Antes del tiroteo, Kensley era extrovertida y comprometida, dijo James, pero ahora está retraída, como si estuviera dentro de una burbuja y se hubiera desconectado de la gente.
A Kensley, las grandes multitudes y los policías le recuerdan al desfile. Ambos estuvieron presentes en una graduación de secundaria a la que asistió la familia este verano, y Kensley solo quería irse. James la llevó a un campo de fútbol vacío, donde, dijo, se le puso la piel de gallina y se quejó de tener frío a pesar del calor sofocante.
La hora de dormir es un problema particular para la familia Lemons. Kensley ha estado durmiendo con sus padres. Otro hijo, Jaxson, de 10 años, ha tenido pesadillas. Una noche, soñó que el tirador se acercaba a su padre y lo hacía tropezar, dijo Brandie Lemons, la madrastra de Jaxson.
Los niños más pequeños como Kensley expuestos a la violencia con armas de fuego tienen más probabilidades de desarrollar un trastorno de estrés postraumático que los niños mayores, según Johnson-Motoyama, de la Universidad Estatal de Ohio.
Davis, del Children’s Mercy en Kansas City, dijo que los niños cuyos cerebros no están completamente desarrollados pueden tener dificultades para dormir y comprender que están seguros en sus hogares por la noche.
James le compró a la familia un nuevo cachorro, un bulldog americano que ya pesa 32 libras, para ayudarlos a sentirse protegidos. “Busqué el pedigrí”, dijo, “Son muy protectores. Muy cariñosos”.
En busca de una salida
Para desahogarse después del tiroteo, Gabriella comenzó a boxear. Su madre, Bridget, dijo que le devolvió algo de la confianza y el control que había bajado después del desfile. “Me gusta golpear a la gente, no de una manera mala, lo juro”, dijo Gabriella en abril mientras moldeaba un protector bucal a sus dientes antes de irse a entrenar.
Sin embargo, desde entonces ha dejado de boxear, por lo que el dinero puede destinarse a un viaje a Puerto Rico con su clase de español. Están pagando $153 al mes durante 21 meses para cubrir el viaje. Las clases de boxeo costaban $60 al mes.
Bridget pensaba que el boxeo era una buena salida para la ira que le quedaba, pero a finales de julio Gabriella no estaba segura de si todavía tenía el impulso para contraatacar de esa manera. “El pasado es el pasado, pero todos vamos a pasar por cosas. ¿Tiene sentido?”, preguntó Gabriella.
“Estás bien en general, pero todavía tienes desencadenantes. ¿Es eso lo que quieres decir?”, preguntó su madre. “Sí”, respondió.
Después del tiroteo, Mireya Nelson probó las clases en línea, que no funcionaron bien. Los primeros días de la escuela de verano, Mireya tenía un ataque de pánico todos los días en el auto y su madre la llevaba de vuelta a casa.
Mireya quiere regresar a la escuela secundaria este otoño, y Erika es cautelosa. “Sabes, si vuelvo a la escuela, existe la posibilidad de que me disparen, porque en la mayoría de las escuelas hoy en día hay tiroteos”, recordó Erika que dijo su hija. “Y yo digo: ‘Bueno, no podemos pensar así. Nunca se sabe lo que va a pasar’”.
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