Hace dos veranos, una adolescente que había saltado del trampolín empezó a agitar los brazos en el fondo de la piscina. La socorrista Makenna John tardó solo unos segundos en darse cuenta. Tomó su salvavidas, saltó y ayudó a la chica a ponerse a salvo.
Este es el tercer verano que Makenna trabaja de salvavidas en la piscina pública de Roxana, Illinois, un pueblo de la zona de St. Louis. Aunque los rescates dramáticos son relativamente raros, calcula que hasta una cuarta parte de las aproximadamente 50 personas a las que vigila durante un turno no saben nadar.
Luego están los intrépidos, y los niños cuyos padres se creen mejores nadadores que ellos.
“Es estresante porque eres responsable de garantizar la seguridad de todas las personas en la piscina”, dijo Makenna, de 17 años.
Ser salvavidas puede parecer un trabajo cómodo. ¿Qué puede no gustar de pasar el día tumbado en una silla junto a la piscina? Pero conlleva una gran responsabilidad.
Según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), el ahogamiento es la primera causa de muerte entre los niños de 1 a 4 años. La mayoría de esas muertes ocurren en piscinas. Para los niños de 5 a 14 años, el ahogamiento es la segunda causa más frecuente de muerte por lesiones no intencionales, por detrás de las muertes por accidentes de tráfico.
Con el fin del curso escolar y los calurosos días de verano que atraen a la gente a piscinas y playas de todo el país, muchas ciudades y pueblos se apresuran a contratar suficientes salvavidas para vigilar a los bañistas.
Si no consiguen cumplir sus objetivos, es posible que reduzcan el horario de las piscinas u opten por no abrirlas. Aunque una piscina cerrada en verano es una decepción para muchos residentes, puede ser un golpe especialmente duro para las familias de bajos ingresos que no tienen muchas opciones asequibles para divertirse durante el verano.
Hasta el 90% de los niños de Des Moines califican para almuerzos gratis o a precios reducidos, explicó Ben Page, director de Parques y Actividades Recreativas de Des Moines, en Iowa. “La gente no puede permitirse ir al cine por el aire acondicionado”, afirmó.
Cuando las autoridades locales toman decisiones sobre el cierre de piscinas o la reducción de horarios, lo hacen sabiendo que la natación tiene un tenso historial de desigualdades raciales.
Las disparidades raciales desempeñan un papel importante en las muertes por ahogamiento.
En general, la tasa de muertes por ahogamiento de la población negra en Estados Unidos es 1.5 veces superior a la de la población blanca. La diferencia es más marcada en el caso de las muertes en piscinas, en las que los niños negros de 10 a 14 años se ahogan a una tasa 7.6 veces mayor que la de sus pares blancos, según los CDC.
Una investigación realizada en 2017 por la USA Swimming Foundation reveló que dos tercios de los niños negros tienen una habilidad mínima para nadar o no saben nadar en absoluto. El 45% de los niños hispanos no saben nadar, al igual que el 40% de los niños blancos (los hispanos pueden ser de cualquier raza o combinación de razas).
El mismo estudio indicó que el 79% de los niños de familias con ingresos inferiores a $50,000 no saben nadar.
Cuando Cullen Jones, el primer estadounidense negro en batir un récord mundial de natación, tenía 5 años, estuvo a punto de ahogarse en un parque acuático cercano a su casa de Irvington, New Jersey. En aquel momento no sabía nadar, y los socorristas le salvaron la vida.
“La mayoría de la gente piensa que, si has estado a punto de ahogarte, es porque estabas haciendo algo que no debías, porque estabas jugando o porque alguien te empujó”, explicó Cullen, quien ganó cuatro medallas olímpicas.
Ahora, a sus 39 años, Jones viaja por todo el país como embajador de la USA Swimming Foundation, explicando a los niños la importancia de aprender a nadar.
No es difícil ver el hilo que conecta la falta de habilidad para nadar y las mayores tasas de ahogamiento entre los negros con la expansión de las piscinas en Estados Unidos.
Cuando comenzó el boom de la construcción de las piscinas municipales en las décadas de 1920 y 1930, las personas negras no podían entrar: explícitamente porque eran solo para blancos, o porque sufrían amenazas y violencia, según una exposición en la Fairmount Water Works de Philadelphia titulada “Pool: A Social History of Segregation”.
Cuando se ordenó el fin de la segregación después de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades cerraron o trasladaron sus piscinas a barrios blancos aislados en lugar de permitir que la personas negras las utilizaran.
Kevin Dawson, profesor asociado de Historia en la Universidad de California-Merced, ha escrito sobre el tema. “Podían no llenarlas todo el tiempo o no tener socorristas, por lo que la gente no podía usarlas”.
Hoy en día, cuando las ciudades y pueblos deciden qué piscinas abrir, muchas lo hacen con la clara intención de que sean accesibles a los niños pobres o pertenecientes a minorías, de vecindarios menos privilegiados.
En Baltimore, Maryland, donde las piscinas públicas son gratuitas, las autoridades municipales seleccionaron cuidadosamente las 12 de sus 23 piscinas que abrirán este año.
“Hemos elegido nuestras piscinas para que sean equitativas y estén ubicadas cerca de las paradas de autobús, para que todo el mundo tenga acceso a ellas”, indicó Nikki Cobbs, jefa de deportes acuáticos del Departamento de Recreación y Parques de la ciudad de Baltimore.
Los expertos en recreación que han sondeado las jurisdicciones dicen que esperan menos piscinas cerradas este año que el pasado.
“Las cosas están un poco mejor de lo que estaban”, afirmó Kevin Roth, vicepresidente de investigación, evaluación y tecnología de la Asociación Nacional de Parques y Actividades Recreativas, una organización que defiende los intereses de las personas que trabajan en los parques y áreas de recreación.
“Puede que abran menos horas, pero hubo comunidades que no abrieron ni la mitad de sus piscinas el año pasado, y este año no estamos oyendo eso”, agregó Roth.
Aún así, la escasez de personal de socorrismo sigue ejerciendo presión sobre la disponibilidad de las piscinas. En los últimos años, cada vez es más difícil cubrir los puestos de salvavidas temporales con adolescentes, la columna vertebral de la mano de obra.
Esto se debe en gran parte a que han cambiado las pautas de empleo.
Hasta el año 2000, cerca de la mitad de los adolescentes trabajaba al menos parte del verano, en promedio, según un análisis del Pew Research Center de datos de la Oficina Federal de Estadísticas Laborales. Pero en 2010, tras la Gran Recesión, la tasa de empleo de los adolescentes había caído a cerca del 30%.
“Las oportunidades para los jóvenes han aumentado, y muchos viajan y hacen pasantías; practican deportes y van de campamento. Estamos compitiendo con muchas cosas”, explicó April Chappell, directora de Deportes Acuáticos de la Comisión de Actividades Recreativas de Cincinnati.
“Se ha producido un cambio cultural”, afirmó Roth.
La escasez de mano de obra también ha dado a los adolescentes opciones de empleo mejor pagadas —como trabajos de comida rápida, venta al por menor u oficina —, que no les exigen sacar tiempo para obtener el certificado de natación, resucitación cardiopulmonar (CPR) y operaciones de rescate de la Cruz Roja u otra organización.
Muchas ciudades y pueblos están tomando medidas para poder competir, como aumentar el salario por hora de los salvavidas, bonificaciones y cursos de certificación. Algunas recurren a jubilados y trabajadores no tradicionales para cubrir sus puestos.
Los salvavidas de Des Moines cobran $15 la hora, frente a los $13 del año pasado. Eso hace que los puestos de trabajo de la ciudad sean competitivos ante otros empleadores locales. También reciben $5 dólares más por hora de trabajo en días festivos. Los que se queden hasta julio recibirán un bono de $200, que aumentará en $25 cada año que vuelvan, hasta un máximo de $300.
Generalmente, los niños quieren ser salvavidas en la piscina de sus vecindarios, dijo Chappell. Pero en algunos barrios no hay suficientes niños que sepan nadar para cubrir las plazas. La ciudad tiene programas para ayudar a aumentar esas cifras.
El invierno pasado, Cincinnati financió una academia de socorrismo para jóvenes de 14 a 24 años. El programa paga las clases de natación si las necesitan y también su formación como salvavidas. Unos 150 solicitaron plaza, y más de 60 se convirtieron en socorristas, informó Chappell.
No solo el número de salvavidas determina la disponibilidad de piscinas. En Phoenix, la contratación de socorristas ha ido viento en popa, según Adam Waltz, vocero de la división de parques y recreación de la ciudad. Aun así, solo abren 18 de sus 29 piscinas, algunas de ellas con horarios escalonados. El escollo: los supervisores de las piscinas.
“Para abrir 29 piscinas se necesitan 29 encargados, y este año no hemos podido conseguirlos”, explicó. “No podemos tener a un salvavidas novato al mando durante una emergencia”.