Joanne Whitney, de 84 años, profesora clínica asociada retirada de la Escuela de Farmacia en la Universidad de California-San Francisco, a menudo se siente desvalorizada cuando interactúa con proveedores de atención médica.
Hace varios años, cuando le dijo a un médico de una sala de emergencias que el antibiótico que quería recetarle no curaría el tipo de infección del tracto urinario que tenía, el doctor ni la escuchó, incluso cuando Whitney le mencionó sus credenciales profesionales. Pidió ver a otro médico, pero fue en vano.
“Me ignoraron y finalmente me di por vencida”, contó Whitney, quien ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y de uretra, y depende de un catéter especial para drenar la orina de su vejiga. (Un servicio renal ambulatorio cambió posteriormente la receta).
Luego, a principios de este año, tuvo que terminar en la misma emergencia, gritando de dolor, con otra infección del tracto urinario y una fisura anal severa. Cuando pidió Dilaudid, un narcótico poderoso que la había ayudado antes, un médico joven le dijo: “No damos opioides a la gente que los busca. Veamos qué hace Tylenol”.
Whitney dijo que su dolor continuó sin parar durante ocho horas. “Creo que el hecho de que fuera una mujer de 84 años, sola, fue importante”, dijo. “Cuando las personas mayores entran así, no hay el mismo nivel de compromiso para rectificar la situación. Es como ‘Oh, aquí hay una persona mayor con dolor. Bueno, eso les pasa mucho a las personas mayores'”.
Las experiencias de Whitney revelan la discriminación por edad en los entornos de atención médica, un problema de larga data que está recibiendo nueva atención durante la pandemia de covid, que ha matado a más de medio millón de estadounidenses de 65 años y más.
La discriminación por edad ocurre cuando las personas enfrentan estereotipos, prejuicios o discriminación debido a su edad. La suposición de que todas las personas mayores son frágiles e indefensas es un estereotipo común e incorrecto. El prejuicio puede consistir también en sentimientos como “las personas mayores son desagradables y difíciles de tratar”.
La discriminación es evidente cuando no se reconocen ni respetan las necesidades de los adultos mayores o cuando se les trata de manera menos favorable que a los más jóvenes.
En los entornos de atención de salud, la discriminación por edad puede ser explícita. Un ejemplo: planes para racionar la atención médica (“estándares de atención de crisis”) que especifican tratar a los adultos más jóvenes antes que a los adultos mayores. Incrustado en estos estándares, que ahora están implementando hospitales en Idaho y partes de Alaska y Montana, hay un juicio de valor: las vidas de los jóvenes valen más porque presumiblemente vivirán más años.
Justice in Aging, un grupo de defensa legal, presentó una queja de derechos civiles ante el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE. UU. en septiembre, alegando que los estándares de atención de crisis de Idaho son discriminatorios, y solicitando una investigación.
En otros casos, la discriminación por edad está implícita. La doctora Julie Silverstein, presidenta de la división atlántica de Oak Street Health, da un ejemplo de eso: los médicos suponen que los pacientes mayores que hablan lentamente están cognitivamente comprometidos y no pueden relatar sus preocupaciones médicas.
Si eso sucede, es posible que un médico no involucre al paciente en la toma de decisiones médicas, lo que podría comprometer la atención, dijo Silverstein. Oak Street Health opera más de 100 centros de atención primaria para personas mayores de bajos ingresos en 18 estados.
Emogene Stamper, de 91 años, del Bronx, en Nueva York, fue enviada a un hogar de adultos mayores de escasos recursos después de enfermarse de covid en marzo. “Era como una mazmorra”, recordó, “y no movieron un dedo para hacer nada por mí”.
La suposición de que las personas mayores no son resilientes y no pueden recuperarse de una enfermedad es implícitamente discriminatoria. El hijo de Stamper luchó para que su madre ingresara en un hospital de rehabilitación para pacientes hospitalizados donde pudiera recibir terapia intensiva.
“Cuando llegué allí, el médico le dijo a mi hijo: ‘Oh, tu madre tiene 90 años’, como si estuviera un poco sorprendido, y mi hijo dijo: ‘No conoces a mi madre. No conoces a esta mujer de 90 años'”, dijo Stamper. “Eso te permite saber qué tan desechable te sientes una vez que alcanzas cierta edad”.
Al final del verano, cuando Stamper fue hospitalizada por un problema abdominal, una enfermera y una asistente de enfermería llegaron a su habitación con papeles para que firmara. “¡Oh, puedes escribir!” Stamper dijo que la enfermera exclamó en voz alta cuando firmó. “Estaban tan conmocionados que yo estaba alerta, fue un insulto. No te respetan”.
Casi el 20% de los estadounidenses de 50 años o más dicen haber experimentado discriminación en los entornos de atención médica, lo que puede resultar en una atención inadecuada, según un informe de 2015. Un estudio estima que el costo de salud anual de la discriminación por edad en los Estados Unidos, incluido el tratamiento excesivo o insuficiente de afecciones médicas comunes, asciende a $63 mil millones.
Nubia Escobar, de 75 años, quien emigró de Colombia hace casi 50 años, quiere que los médicos dediquen más tiempo a escuchar las preocupaciones de los pacientes mayores. Esto fue un problema urgente hace dos años cuando su cardiólogo de toda la vida en la ciudad de Nueva York se retiró a Florida y un nuevo médico tuvo problemas para controlar su hipertensión.
Alarmada de que pudiera desmayarse o caerse porque su presión arterial era tan baja, Escobar buscó una segunda opinión. Ese cardiólogo “me apresuró, no hizo muchas preguntas y no escuchó. Estaba sentado allí hablando y mirando a mi hija”, dijo. Fue Verónica Escobar, abogada de adultos mayores, quien acompañó a su madre a esa cita. Recuerda que el médico fue brusco e interrumpía constantemente a su madre. “No me gustó cómo la trató, y pude ver la ira en el rostro de mi madre”, me dijo. Desde entonces, Nubia Escobar ha visto a un geriatra que concluyó que estaba sobremedicada.
El geriatra “fue paciente”, dijo Nubia Escobar. “¿Cómo puedo decirlo? Me dio la sensación de que estaba pensando todo el tiempo qué podría ser mejor para mí”.
Pat Bailey, de 63 años, recibe poca consideración de ese tipo en el hogar de adultos mayores del condado de Los Ángeles, California, donde ha vivido durante cinco años desde que sufrió un derrame cerebral masivo y varios ataques cardíacos posteriores. “Cuando hago preguntas, me tratan como si fuera vieja y estúpida, y no responden”, me dijo en una conversación telefónica.
Uno de cada 5 residentes de hogares tiene dolor persistente, según estudios, y un número significativo no recibe el tratamiento adecuado. Bailey, cuyo lado izquierdo está paralizado, dijo que ella está entre ellos. “Cuando les digo lo que me duele, simplemente lo ignoran o me dicen que no es hora de tomar una pastilla para el dolor”, se quejó.
La mayoría de las veces, Bailey se siente como “invisible” y como si la vieran como “una babosa en la cama, no una persona real”. Solo una enfermera le habla regularmente y le hace sentir que se preocupa por su bienestar. “El hecho de que no esté caminando y haciendo algo por mí misma no significa que no esté viva. Me estoy muriendo por dentro, pero sigo viva”, expresó.
Ed Palent, de 88 años, y su esposa Sandy, de 89 años, de Denver, se sintieron igualmente desanimados cuando vieron a un nuevo médico después de que su médico de larga data se jubilara. “Fueron a un chequeo anual y todo lo que este médico quería que hicieran era preguntar cómo querían morir y que firmen todo tipo de formularios”, dijo su hija Shelli Bischoff, quien habló sobre las experiencias de sus padres con su permiso. “Estaban muy molestos y le dijeron: ‘No queremos hablar de esto’, pero él no cedió. Querían un médico que los ayudara a vivir, no que averiguara cómo iban a morir”.
Los Palents no regresaron y, en cambio, se unieron a otra práctica médica, donde un joven médico apenas los miró después de realizar exámenes superficiales, dijeron. Ese médico no identificó una peligrosa infección bacteriana por estafilococos en el brazo de Ed, que luego fue diagnosticada por un dermatólogo.
Una vez más, la pareja se sintió pasada por alto y se fueron. Ahora están con la consulta de un médico consejero que ha hecho un esfuerzo sostenido para conocerlos. “Es lo opuesto a la discriminación por edad: es ‘Nos preocupamos por usted y nuestro trabajo es ayudarlo a estar lo más saludable posible durante el mayor tiempo posible'”, dijo Bischoff. “Es una pena que esto sea tan difícil de encontrar”.