Iesha White está tan harta de la respuesta de Estados Unidos a covid-19 que ha pensado en mudarse a Europa.
“Estoy indignada. La falta de consideración hacia los demás, para mí, es demasiado”, dijo White, de 30 años, que vive en Los Angeles. Padece esclerosis múltiple y toma un medicamento que suprime su sistema inmunitario. “Como persona negra discapacitada, siento que a nadie le importa mi seguridad”.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) tienen una definición estricta de quiénes se consideran moderada o gravemente inmunodeprimidos, como los pacientes con cáncer en tratamiento activo y los receptores de trasplantes de órganos. Además, hay millones de personas que viven con enfermedades crónicas o discapacidades que también les hacen especialmente susceptibles a la enfermedad. Aunque la vulnerabilidad difiere según cada persona y su estado de salud —y puede depender de las circunstancias—, contraer covid es un riesgo que no pueden correr.
Por ello, estos estadounidenses de alto riesgo —y sus seres queridos que temen contagiarles el virus— denuncian que se les ignora mientras el resto de la sociedad abandona las medidas de protección contra la pandemia, como el uso de la máscara y la distancia física.
Sus temores aumentaron este mes cuando varios gobernadores demócratas, entre ellos los líderes de California y Nueva York —lugares que estuvieron a la vanguardia en la implementación de los mandatos de máscaras desde el principio— indicaron el fin de tales requisitos de seguridad. Para muchos, esta medida significaba la vuelta a la vida “normal”. Pero aumentó el nivel de ansiedad para las personas consideradas inmunodeprimidas, o para quienes covid representa un alto riesgo debido a otras afecciones.
“Sé que mi vida normal nunca va a ser normal”, expresó Chris Neblett, de 44 años, natural de Indiana, Pennsylvania, quien vive con un riñón trasplantado y toma medicamentos inmunosupresores para evitar que su cuerpo rechace el órgano. “Seguiré llevando una máscara en público. Probablemente seguiré yendo al supermercado a última hora de la noche o a primera hora de la mañana para evitar a otras personas”.
Está especialmente preocupado porque su esposa y su hija pequeña han dado positivo para covid.
Aunque está totalmente vacunado, no está seguro de estar protegido de los peores efectos del virus. Neblett participa en un estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins en el que se hace un seguimiento de la respuesta inmunitaria de los receptores de trasplantes a la vacuna, por lo que sabe que su cuerpo solo produjo una baja cantidad de anticuerpos después de la tercera dosis y está esperando los resultados de la cuarta. Por ahora, se ha aislado de su esposa y sus dos hijos, durante 10 días, su segunda vez en el garage.
“Le dije a mi mujer cuando apareció covid por primera vez: ‘Tengo que sobrevivir hasta que llegue la vacuna'”, contó. Pero enterarse de que la vacuna no ha desencadenado una respuesta adecuada de su sistema inmunitario, hasta el momento, es descorazonador. “Tu mundo cambia por completo. Empiezas a preguntarte: ‘¿Voy a ser una estadística? ¿Voy a ser un número para la gente a la que no parece importarle?”.
Los científicos calculan que casi el 3% de los estadounidenses cumplen la definición estricta de tener el sistema inmunitario debilitado, pero los investigadores reconocen que muchos más enfermos crónicos y discapacitados podrían verse gravemente afectados si contraen covid.
En el verano de 2021, las pruebas científicas indicaban que las personas inmunodeprimidas probablemente se beneficiarían de una tercera vacuna, pero las agencias federales tardaron en actualizar sus orientaciones. Incluso entonces, solo ciertos grupos de inmunodeprimidos fueron elegibles, dejando a otros fuera.
En octubre, los CDC volvieron a revisar discretamente sus directrices sobre la vacuna para permitir que las personas con sistemas inmunes débiles recibieran una cuarta dosis contra covid. Pero un artículo reciente de KHN reveló que, en enero, los farmacéuticos que desconocían este cambio seguían rechazando a personas elegibles.
Las personas con sistemas inmunitarios debilitados, o con otras condiciones de alto riesgo, argumentan que este es el momento de fortalecer las políticas que protegen a los estadounidenses vulnerables como ellos, ahora que omicron está bajando.
“La pandemia no ha terminado”, señaló Matthew Cortland, especialista en discapacidad y atención médica para Data for Progress, quien sufre una enfermedad crónica y es inmunodeprimido. “No hay razón para creer que no vaya a surgir otra variante. Ahora es el momento, cuando esta ola de omicron empieza a retroceder, de buscar políticas e intervenciones que protejan a los enfermos crónicos, discapacitados e inmunodeprimidos para que no nos quedemos atrás”.
Varias personas entrevistadas por KHN, que forman parte de esta comunidad, afirmaron que, en cambio, está ocurriendo lo contrario, y señalaron un comentario de enero de la doctora Rochelle Walensky, directora de los CDC, en el que se sugería como una “noticia alentadora” el hecho de que la mayoría de las personas que morían de covid ya estaban enfermas.
“La inmensa mayoría de las muertes, más del 75%, se produjeron en personas que tenían al menos cuatro comorbilidades [cuando una persona padece varios trastornos], por lo que realmente se trata de personas que ya estaban enfermas”, aseguró Walensky, al hablar de un estudio durante una entrevista televisiva que mostraba el nivel de protección que tenían las personas vacunadas contra la enfermedad grave de covid. “Y sí, una noticia realmente alentadora en el contexto de omicron”.
Aunque los CDC comunicaron después que las declaraciones de Walensky se habían sacado de contexto, Kendall Ciesemier, una productora multimedia de 29 años que vive en Brooklyn, Nueva York, dijo que le habían molestado esos comentarios.
Las declaraciones de Walensky “provocaron una gran conmoción en la comunidad de discapacitados y de enfermos crónicos”, expresó Ciesemier, que ha sido sometida a dos trasplantes de hígado. “Surgió de la sensación de que estas comunidades no han sido priorizadas durante la pandemia y nos hacen sentir como si nuestras vidas fueran pérdidas aceptables”.
Cuando un reportero de KHN le preguntó, en la rueda de prensa de la Casa Blanca del 9 de febrero, qué les diría a las personas que sienten que se les está dejando atrás, Walensky no ofreció una respuesta clara.
“Por supuesto, tenemos que hacer recomendaciones que sean relevantes tanto para la ciudad de Nueva York, como para el rural de Montana”, dijo, y añadió que tienen que ser “relevantes para el público, pero también para el público inmunodeprimido y discapacitado. Y por ello, todas esas consideraciones se tienen en cuenta cuando trabajamos en nuestras directrices”.
Aunque los CDC recomiendan en este momento que las personas vacunadas sigan utilizando máscaras en interiores, si se encuentran en un lugar con una transmisión elevada o importante de covid —lo que incluye a la mayor parte de los Estados Unidos—, los funcionarios federales han indicado que esta recomendación podría actualizarse pronto.
“Queremos que la gente pueda dejar de usar las máscaras, cuando los indicadores mejoran, y luego tener la capacidad de recurrir a ellas de nuevo en caso de que las cosas empeoren”, señaló Walensky durante una sesión informativa sobre covid celebrada el 16 de febrero en la Casa Blanca, al hablar sobre si las políticas de prevención de los CDC se modificarían pronto.
Pero abandonar las máscaras no es algo que se plantee Dennis Boen, un jubilado de 67 años que ha tenido tres trasplantes de riñón. Desde que su comunidad de Wooster, Ohio, dio por finalizada la obligatoriedad del uso del cubrebocas, y pocos residentes lo llevan, no se siente cómodo para asistir a muchos de los eventos sociales de los que disfrutaba.
“Dejé de ir a mi Club Rotario del que he formado parte durante décadas”, contó Boen. “Fui una vez en verano a un picnic al aire libre y fue como si las personas no creyeran [en covid] o no les importara no llevar máscaras y sentí que no me daban espacio”.
Charis Hill, una activista de 35 años que vive en Sacramento, California, ha pospuesto dos operaciones, una histerectomía y una reparación de hernia umbilical durante más de un año porque no se sentía segura. El retraso ha supuesto que Hill tenga que tomar medicamentos adicionales y comer solo ciertos alimentos. Las cirugías están programadas para el 21 de marzo, pero como el mandato de la máscara en California se ha terminado, Hill está pensando en retrasarlas de nuevo.
“Me siento desechable. Como si mi vida no tuviera valor”, dijo Hill, que vive con espondiloartritis axial, una enfermedad inflamatoria crónica, y toma medicamentos inmunosupresores. “Estoy harta de que me digan constantemente que debería quedarme en casa y dejar que el resto del mundo siga adelante”.