Esa bolsa de coliflor congelado que tienes en tu refrigerador probablemente comenzó a gestarse en un campo extenso al norte de Salinas, California. Allí, un grupo de hombres y mujeres usan una máquina para arrojar semillas en la tierra. Otro grupo los sigue, se inclina y acomoda cada nueva planta.
Es un trabajo repetitivo y agotador. Las jornadas laborales de 10 horas comienzan con mañanas frías y oscuras, y terminan en el calor abrasador de la tarde.
Más del 90% de los trabajadores agrícolas de California nacieron en México. Pero en los últimos años, menos personas han estado emigrando a los Estados Unidos, según el Departamento de Trabajo. Investigadores apuntan a una serie de causas: los controles más estrictos en la frontera; coyotes que cobran precios más altos por cruzarlos; trabajos de construcción bien pagos, y una clase media en crecimiento en México que no quiere recoger vegetales para los estadounidenses.
Como resultado, el trabajador agrícola promedio tiene ahora 45 años, según datos del gobierno federal. La cosecha de los cultivos descansa en una población que está envejecimiento, con una salud que ha sufrido décadas de trabajos de fuerza. Estos trabajadores tienen una mayor posibilidad de lesionarse y de desarrollar enfermedades crónicas, lo que puede elevar el costo de la compensación laboral y el seguro de salud.
“Se está dando una desaceleración”, dijo Brent McKinsey, agricultor de tercera generación y uno de los propietarios de Mission Ranches, en Salinas. “Empiezas a ver que tu producción cae, pero es difícil de manejar porque no hay personas más jóvenes que quieran trabajar en esta industria”.
Después de un largo día encorvado, cortando y apelmazando hojas de mostaza, el trabajador agrícola Gonzalo Picazo López dijo que el dolor que le bajaba por la pierna estaba comenzando a sentirse fuerte. Picazo López ha estado trabajando en los campos desde los años 70, cuando cruzó desde México. Hoy, a los 67 años, parece agotado, con el pelo canoso y una barba blanca. Líneas profundas marcan su rostro.
Cuando López describió con gestos cómo escoge las hojas cuidadosamente con su mano derecha y los racimos con la izquierda, movió los dedos con dificultad.
“En 2015, mi mano izquierda comenzó a dolerme”, contó López. “Fui a trabajar una mañana y mi mano estaba fría, helada”.
López es ciudadano estadounidense y tiene Medicare. Espera trabajar durante casi una década más, hasta que su esposa, que tiene 61 años y recolecta brócoli, pueda cobrar su seguro social.
El dolor crónico es una queja común en la Clínica de Salud en Salinas. Casi todos los pacientes en este centro comunitario son trabajadores agrícolas. Muchos no tienen seguro de salud y pagan lo que pueden por atención médica. Aquellos que tienen papeles, dependen del Medicaid.
Oralia Márquez, asistente de un médico de la clínica, dijo que los trabajadores agrícolas de más edad a menudo desarrollan artritis, dolor de espalda, infecciones en los pies y problemas respiratorios causados por la constante inhalación de pesticidas.
Muchos de sus pacientes, como Amalia Buitron Deaguilera, también luchan contra la diabetes. Deaguilera tiene 63 años. Tiene Medicaid, pero está perdiendo la vista debido a la enfermedad.
Deaguilera dijo que “cuando estaba trabajando en los campos nunca tuve tiempo de cuidar de mí y de mi salud”.
Los trabajadores de los campos que tienen diabetes muchas veces no pueden usar su insulina porque no tienen un lugar para refrigerarla, dijo Márquez. Y se pierden las citas médicas durante las ocupadas temporadas de cosecha porque a muchos les pagan solo si trabajan.
“La mayoría de nuestros pacientes solo desean algo para aliviar el dolor y continuar trabajando”, dijo. “Casi nunca piden licencias por discapacidad. No piden días libres. Dicen que no tienen tiempo para perderse días”.
Los trabajadores agrícolas generalmente retrasan la atención médica y eso puede ocasionar problemas médicos graves. En comparación con los blancos no hispanos mayores, es más probable que los trabajadores agrícolas latinos mayores terminen en el hospital, según investigadores del Instituto de Política de Salud de Central Valley en la Universidad Estatal de California en Fresno.
Enfrentado una fuerza laboral cada vez más vieja y decaída, McKinsey de Mission Ranches dice que los granjeros están tratando de mecanizar la siembra y la cosecha para reducir sus necesidades laborales.
Pero las máquinas no pueden hacer mucho, dijo McKinsey. Tal vez pueden reemplazar la mano humana en una fábrica. Pero los campos están llenos de baches y los vientos son fuertes y se necesita la fuerza de las personas para que las plantas cobren vida.
La cobertura de KHN de estos temas cuenta con el apoyo de la John A. Hartford Foundation y The SCAN Foundation.