HUMACAO, Puerto Rico- La trabajadora social Lisel Vargas visitó recientemente a Don Gregorio en su casa dañada por la tormenta, ubicada en las empinadas laderas de Humacao, una ciudad en la costa este de Puerto Rico cerca de donde el huracán de categoría 4 tocó tierra en septiembre pasado.
Gregorio, un ex carpintero de 62 años, quien vive solo, se veía demacrado. Dijo que había dejado de tomar su medicamento para la depresión una semana antes y no había dormido en cuatro días. Frotándose la cabeza y jugando con su reloj, explicó que se sentía ansioso y nervioso. Con voz monocorde, y apenas audible, le dijo a Vargas que había tenido pensamientos suicidas.
La tasa general de suicidios en Puerto Rico aumentó un 29% en 2017, con un salto significativo después del huracán María, según informes del Departamento de Salud Pública. Y esa angustia continúa.
El cambio de Gregorio, de ser una víctima descorazonada de la tormenta, a llegar a un punto de profunda desesperación es algo que están viviendo muchas personas mayores aquí en Puerto Rico. Psicólogos y trabajadores sociales como Vargas dicen que las personas mayores son especialmente vulnerables cuando sus rutinas diarias se ven interrumpidas por largos períodos. Los que una vez fueron activos, ahora se quedan solos en casa.
“Antes, solían ver televisión, miraban sus telenovelas, escuchaban la radio”, explicó Vargas. El hábito de ver programas, ir a la iglesia o visitar amigos regularmente impregna la vida con un significado y un orden. “Pero como ahora están deprimidos, no tienen el deseo de mantener esa rutina de compartir en la comunidad”, dijo.
En las semanas posteriores a la tormenta, Gregorio contó que no podía parar de llorar, día y noche.
Luego, se puso a trabajar, limpiando las ramas rotas y ayudando a sus vecinos.
Pero a medida que pasaban los meses, su iglesia -la fuerza alrededor de la cual organizaba su día- permanecía cerrada, sus grupos eclesiásticos regulares no podían reunirse y muchas de las personas que veía cada día se mudaron a los Estados Unidos. Pasó seis meses sin electricidad y se perdió la rutina nocturna de ver las noticias locales. Ahora, dijo, se siente apático y triste.
“No puedo hacer nada. Llevo meses sin poder hacer nada”, dijo. “No estoy motivado”.
Así que se sienta, la mayor parte del día, en el frente de su casa. Lee su Biblia, abre una lata para la cena y se acuesta temprano.
“Tenemos ancianos que viven solos, sin electricidad, sin agua y con muy poca comida”, dijo Adrián González, jefe de operaciones del Hospital General Castañer, en Castañer, un pequeño pueblo en las montañas centrales de la isla. La pérdida de la rutina ha creado una ansiedad generalizada entre los adultos mayores, dijo. “Tenemos dos psicólogos internos y ahora sus [horarios] están colmados”.
El doctor Angel Muñoz, psicólogo clínico de Ponce, dijo que las personas que cuidan a los adultos mayores necesitan capacitación para identificar las señales de suicidio.
“Muchos de estos ancianos viven solos o son atendidos por sus vecinos”, dijo Muñoz. “Ni siquiera son parientes”.
De regreso en Humacao, la iglesia ha intentado reorganizar su lista de actividades, pero Don Gregorio dijo que no tiene ganas de ir. Muchas de las personas con las que alguna vez compartió estos momentos abandonaron Puerto Rico después de la tormenta.
De pie en la ladera detrás de su casa y examinando sus árboles de plátano y fruta de pan que están volviendo a crecer, Gregorio dijo: “Me gustaría irme también. Oro para que Dios pueda sacarme de esta casa porque he vivido en el mismo lugar durante 62 años”.
Recientemente llamó a su hermana a Jacksonville, Florida, y le preguntó si podía mudarse con ella. “Ella dijo: ‘No, no puedes vivir conmigo’”, contó desconsolado.
La cobertura de KHN relacionada con el envejecimiento y la mejora de la atención de adultos mayores está respaldada en parte por la John A. Hartford Foundation.