Más de 1,000 trabajadores de salud en la primera línea de atención médica han muerto por COVID-19, según Lost on the Frontline, una investigación en curso de The Guardian y KHN para rastrear y conmemorar a cada trabajador de salud de los Estados Unidos que haya fallcido a causa del coronavirus.
Se trata del recuento más completo de las muertes de trabajadores de la salud del país.
KHN y The Guardian están rastreando a los trabajadores de la salud que murieron por COVID-19 y escribiendo sobre sus vidas y lo que vivieron en sus últimos días.
El virus ha cobrado un precio desproporcionado en las comunidades de color y entre los inmigrantes, y los trabajadores de salud no se han librado de esa tendencia.
Los reporteros de Guardian y KHN han publicado perfiles de 177 de las 1.080 víctimas que hemos identificado en base a obituarios, informes de noticias, publicaciones en redes sociales y otras fuentes.
De esos 177, el 62,1% se identificó como de raza negra, latino, asiático/de las islas del Pacífico o nativo americano, y el 30,5% nació fuera de los Estados Unidos. Ambas cifras respaldan los hallazgos de que las personas de color y los inmigrantes (independientemente de la raza) están muriendo a tasas más altas que sus contrapartes, blancos no hispanos y nacidos en los Estados Unidos.
Estas cifras coinciden con otras investigaciones. Según un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard publicado en The Lancet Public Health en julio, los trabajadores de salud de color tenían más probabilidades de atender a pacientes con COVID-19 presunto o confirmado y casi el doble de probabilidades que sus homólogos blancos no hispanos de dar positivo para el coronavirus. .
El sistema de salud de los Estados Unidos también depende en gran medida de trabajadores de salud inmigrantes, que representan casi 1 de cada 5 trabajadores de salud. Estos profesionales inmigrantes tienden a trabajar en las comunidades más vulnerables: un estudio de 2018 encontró que las áreas de alta pobreza tienden a tener más médicos capacitados en el extranjero que las regiones más ricas.
Entre las víctimas estaban Corrina y Cheryl Thinn, hermanas que trabajaban en una clínica en la Nación Navajo en el norte de Arizona. Compartían una oficina, vivían en la misma casa, criaban juntas a sus hijos y murieron con pocas semanas de diferencia.
El doctor James “Charlie” Mahoney, neumólogo de Brooklyn, fue uno de los pocos estudiantes de raza negra en su Universidad en la década de 1970. Fue recordado como una “leyenda” en su hospital.
El doctor Reza Chowdhury, internista en el Bronx, era una figura querida en la comunidad de Bangladesh de la ciudad. No cobraba copagos cuando sus pacientes tenían poco efectivo y les daba el número de teléfono de su casa para que pudieran llamarlo si tenían preguntas.
Y Milagros Abellera, recordada por sus colegas como una “mama gallina”, fue una de las decenas de enfermeras de Filipinas que sucumbieron al virus en los Estados Unidos.
Además de las disparidades basadas en la raza y el origen, nuestros investigadores encontraron que de los 177 trabajadores sobre los que se realize un perfil hasta ahora para la base de datos de Lost on the Frontline:
- Se informó que al menos 57 (32%) tenían equipo de protección personal (EPP) inadecuado.
- La media de edad era de 57 años y oscilaba entre los 20 y los 80 años, con 21 personas (12%) menores de 40 años.
- Aproximadamente el 38% -68- eran enfermeras, pero el total también incluye médicos, farmacéuticos, socorristas y técnicos hospitalarios, entre otros.
Puedes leer sus historias y otras de profesionales de salud aquí. Y si sabes de un trabajador de salud que haya muerto por COVID, por favor comparte su historia con nosotros.