Aura Brillhart, de 13 años, y su hermana Morgan, de 11, se enfrentarán a un nuevo tipo de prueba en la escuela este año: un test de drogas.
Las escuelas medias y secundarias de la comunidad en donde viven, en Fort Scott, Kansas, son de las últimas que se han sumado a la lista de establecimientos educativos que requieren pruebas de drogas a los estudiantes que desean participar en deportes, clubes, eventos sociales o cualquier otra actividad extracurricular, tomando muestras al azar.
“Odio que sea un problema que debamos resolver”, dijo su madre, Jody Hoener. “Pero esconder la cabeza en la arena no va a mejorar las cosas”.
Fort Scott y el Distrito Escolar Independiente de Bushland, cerca de Amarillo, Texas, se unieron de esta forma al creciente número de comunidades educativas en todo Estados Unidos que hacen pruebas a menores tan jóvenes como de 11 años para detectar el uso de drogas ilegales. A nivel nacional, una encuesta del gobierno federal muestra que casi el 38% de los distritos escolares ya tenían estas normas en 2016, en comparación con una cuarta parte de los distritos una década atrás.
Pero, con el paso del tiempo, el número de escuelas que empleaban otras estrategias de prevención de drogas disminuyó. El último estudio sobre normas y prácticas de salud escolar muestra que menos distritos requieren que las escuelas primarias enseñen prevención de drogas y alcohol, que tengan acuerdos con organizaciones externas para proporcionar tratamiento de drogas y fondos para el desarrollo profesional en prevención de drogas.
Según expertos en salud y educadores, el aumento en las pruebas de drogas es una reacción a la epidemia de opioides, que todavía está en su apogeo y a las leyes de marihuana liberalizadas que se extienden por todo el país. “El mayor temor es que la legalización conduzca a que los adolescentes consuman más”, dijo el doctor Paul Glaser, profesor de psiquiatría infantil en la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis.
Más escuelas están adoptando pruebas de drogas incluso cuando la investigación sigue siendo mixta sobre cuán efectiva es para reducir el uso de drogas entre los adolescentes. Los partidarios dicen que les da a los niños una razón para decir “no” a las drogas, a la vez que permite identificar a los que necesitan ayuda por problemas de adicción. Pero los opositores argumentan que invade la privacidad de los estudiantes y desvía el dinero de las prioridades educativas, como los libros.
El programa de Bushland cuesta alrededor de $10,000 al año. Fort Scott gasta aproximadamente $4,000, que el superintendente Ted Hessong dijo que es la parte más costosa de la estrategia general de prevención de drogas del distrito.
Para Amber Toth, directora de Fort Scott High School, la relación costo-beneficio es clara. Incluso descubriendo a un solo estudiante en problemas, “vale los $4,000”, opinó.
Contrarrestar la “presión del grupo”
Chris Wigington, superintendente del distrito de Bushland, en Texas, dijo que la junta escolar le pidió que estudiara la idea de las pruebas de drogas apenas comenzó en el puesto hace menos de dos años. Dijo que en los sistemas escolares en los que trabajó antes, estos tests ayudaron a los niños a resistir la presión de los compañeros para probar drogas.
“Todos sabemos que la presión del grupo es muy real”, dijo.
Los programas, autorizados por un fallo de la Corte Suprema de 2002, son similares en Bushland y Fort Scott, con pruebas aleatorias en una porción relativamente pequeña del alumnado varias veces al año. Según la política de Fort Scott, cada mes se realiza una prueba de orina para detectar 10 drogas a 10 estudiantes de escuela media y a 20 de secundaria, elegidos al azar.
Si dan positivo, se los suspende de actividades extracurriculares. Tanto en Fort Scott como en Bushland, los resultados se divulgan solo a estudiantes, padres y ciertos miembros del personal escolar, como el director de la escuela. La información no aparece en los registros académicos y no se comparte más allá de las paredes de la escuela.
Las familias en Fort Scott pueden optar por no hacerse la prueba. Pero si lo hacen, sus hijos no podrán participar en actividades o incluso estacionar un automóvil en el estacionamiento de la escuela. Toth dijo que solo unas pocas familias han optado por no participar.
“Nuestra política es un poco diferente a la de otras escuelas del área”, dijo Toth, quien la escribió.
La escuela se está asociando con un proveedor de salud mental que ofrece servicios gratuitos a los estudiantes cuyos tests resultan positivos. Hessong dijo que las políticas de pruebas y tratamiento son parte de una estrategia más amplia del distrito para prevenir el consumo de drogas, que incluye educación sobre drogas en las clases de salud de la escuela media y secundaria, un programa de concientización sobre “Red Ribbon Week” en las escuelas primarias, y la visita de perros que detectan drogas, que llevan los departamentos policiales locales a las escuelas medias y secundarias. Dijo que no está seguro del costo total de estos esfuerzos.
Toth agregó que los esfuerzos de prevención de drogas del distrito abordan un problema creciente. Una encuesta juvenil de 2018 mostró que el abuso de drogas y medicamentos recetados entre los estudiantes de secundaria y preparatoria fue mayor en el condado de Bourbon, donde se encuentra Fort Scott, que el promedio estatal.
Por ejemplo, más del 8% de los estudiantes en el condado informaron haber consumido marihuana en el mes anterior, en comparación con un promedio estatal de 6.5%. Y Toth agregó que el consumo de marihuana ha aumentado entre los estudiantes locales a medida que se ha ido legalizando en otras partes del país lo han legalizado.
“Lo ven como inofensivo”, dijo.
Hoener, la mamá de Aura, la estudiante de octavo grado, quien es ex trabajadora social actual directora de desarrollo económico del condado de Bourbon, dijo que su hija le contó sobre amigos a los que atraparon con marihuana en sus armarios.
Las preocupaciones persisten
No está claro si estos tests harán la diferencia. “La investigación dice que sí y que no”, dijo Glaser de la Universidad de Washington.
Un informe de 2015 de la Academia Americana de Pediatría dijo que faltan datos científicos convincentes que demuestren que las pruebas funcionan. Un estudio anterior, de 2010, realizado por el National Center for Education Evaluation and Regional Assistance, examinó siete distritos escolares y comparó el uso de drogas reportado en escuelas secundarias en donde se hacían las pruebas con otras en las que no. Se halló que el 16% de los estudiantes sujetos a pruebas de drogas informaron haber consumido drogas en comparación con el 22% de los estudiantes en las escuelas que no realizaron la prueba. Las pruebas no cambiaron las intenciones informadas de los estudiantes de usar drogas en el futuro.
Glaser dijo que algunos estudiantes encuentran formas de usar drogas fuera de los períodos de prueba o eligen otras que no se evalúan. Agregó que, a veces, los niños a los que se suspende de actividades después de dar positivo pueden deprimirse o aburrirse, lo que los hace más propensos a usar drogas.
Lauren Bonds, directora legal de la Unión Americana de Libertades Civiles de Kansas, dijo que el aumento de estas pruebas es preocupante. “Hay formas más efectivas de limitar el consumo de drogas entre los estudiantes”, dijo.
Glaser dijo que sería mejor para los distritos si tuvieran una variedad de programas de prevención y tratamiento de drogas. Dijo que una buena estrategia es identificar a los niños pequeños que sufren traumas o problemas familiares y conseguirles ayuda antes de recurrir a las drogas. Glaser está involucrado en un programa de este tipo en Missouri que brinda servicios a niños pequeños referidos por escuelas y también ofrece información y educación preventiva a estudiantes, maestros y familias.
“Siempre es más difícil tratar el cerebro después de haber sido afectado por estas sustancias”, dijo.
Aura dijo que a pesar de que no usa drogas ilegales, sabe que la pueden elegir al azar para un test en algún momento. “No tendría problema”, dijo, “pero también sería extraño”.
Sarah Jane Tribble, corresponsal senior de KHN, colaboró con esta historia.