SEATTLE – Es el último período de clases. Los estudiantes se reclinan en los sillones y se turnan para describir el día más importante de sus vidas: cuando estuvieron totalmente sobrios.
Para Marques Martínez, esa fecha fue el 15 de noviembre de 2016. Hasta entonces, había usado OxyContin, Xanax y casi todas las otras drogas que podía conseguir, dijo. Lo habían suspendido de la escuela por vender drogas. “Sabía que lo que estaba haciendo era malo”, reflexionó. “Pero no pensé que hubiera otra manera”.
Hace dos años, los padres de Martínez lo enviaron a un centro de rehabilitación, y luego lo inscribieron en esta inusual escuela secundaria, Interagency at Queen Anne o IQA. Un ex alumno le comentó a Martínez, de 17 años, sobre la escuela, y enseguida pensó que podría ser su última opción. Al principio se mostró escéptico, pero apenas entró al lugar dijo que se sintió seguro.
El campus de esta escuela pública de Seattle, conocida como escuela de recuperación, está diseñado para que los estudiantes aprendan a llevar una vida de sobriedad mientras obtienen sus diplomas. Aproximadamente 20 estudiantes asisten a clases de matemáticas, lenguas y educación física, y completan otros cursos en línea. Se reúnen regularmente con un consejero y asisten a reuniones diarias de grupos de apoyo basados en programas de Alcohólicos Anónimos.
Investigaciones recientes muestran que estas escuelas de recuperación, también conocidas como escuelas sobrias, ayudan a mantener a sus estudiantes libres de drogas y en clase.
Un estudio realizado en 2017 por Andy Finch, profesor asociado de la Universidad de Vanderbilt, y otros investigadores, mostró que los estudiantes en escuelas de recuperación tenían significativamente más probabilidades que aquellos que no estaban en esas escuelas de informar que habían dejado de consumir drogas y alcohol seis meses después de la primera encuesta. Y el promedio de ausencias reportadas entre los 134 estudiantes de la escuela de recuperación en el estudio fue más bajo comparado con estudiantes en escuelas comunes.
Las escuelas de recuperación surgieron por primera vez a fines de los años 70 y ahora hay alrededor de 40 en todo el país, incluyendo en Minnesota, Texas y Massachusetts. Es probable que se abran más a medida que aumenten las sobredosis de opioides, dijo Finch, quien es cofundador de la Asociación de Escuelas de Recuperación. “Ha habido una brecha en el tratamiento de adolescentes durante muchos, muchos años”, explicó. “Estas escuelas son uno de los programas que cubren esa brecha”.
Finch dijo que aproximadamente el 85% de las escuelas de recuperación son públicas o tienen alguna fuente de financiamiento público, mientras que otras son campus privados o parte de centros de tratamiento. Se planean nuevas escuelas de recuperación en Nueva York, Delaware y Oregon, contó Finch.
Comenzar cualquier escuela puede ser complicado, pero las escuelas sobrias tienen niveles adicionales de complejidad. Tienen que reclutar a sus estudiantes, imponerles políticas específicas y financiar los servicios que necesitan.
Los defensores y funcionarios escolares de Delaware esperaban comenzar una escuela de recuperación pública este año, pero no pudieron obtener los fondos que necesitaban, dijo Don Keister, quien ayuda a administrar Attack Addiction, un grupo de defensa que cofundó luego que su hijo muriera por una sobredosis de heroína. Keister dijo que un distrito escolar local ofreció proveer el espacio y el equipo, pero no obtuvo los $2 millones que se estima se necesitan para cubrir los costos de personal.
“Hay una necesidad real”, dijo. “En Delaware, no tenemos ninguna ayuda real para los adolescentes”.
A nivel nacional, el uso de drogas ilícitas entre los estudiantes de escuela media y secundaria está en mínimos históricos. Aun así, casi 1 de cada 5 estudiantes de décimo grado informaron haber consumido una droga ilegal en los 30 días anteriores, según la encuesta anual Monitoring the Future (Supervisando el futuro), que se realiza en todo el país.
Como Martínez, muchos de los estudiantes de Interagency at Queen Anne llegan directamente de programas de rehabilitación. Dicen que encuentran menos tentación que en las escuelas secundarias tradicionales. “Allí, la gente te ofrece drogas todos los días”, dijo Coltrane Fisher, de 15 años, quien usaba regularmente heroína, cocaína y otras drogas ilegales antes de empezar en Interagency en marzo pasado.
El éxito de las escuelas secundarias de recuperación se debe en parte al hecho de que los estudiantes se encuentran entre compañeros sobrios, así como maestros y consejeros que apoyan su sobriedad.
“A menos que estos niños se comprometan con otros jóvenes en recuperación, no tienen ninguna posibilidad”, dijo Seth Welch, consejero de apoyo a la recuperación en Interagency Queen Anne. “La escuela se convierte en su nueva comunidad”.
Pero el camino no siempre es fácil.
Los maestros en IQA dicen que creen que el ambiente ha sido crítico para el éxito de los estudiantes, pero a veces el trabajo diario es un desafío. Algunos estudiantes están muy atrasados en sus créditos y no siempre responden bien a la autoridad. “Cuanto más los empujamos, más retroceden”, dijo una de las maestras, Phyllis Coletta.
A veces hay que dejar de lado el trabajo en el aula, dijo Coletta. En un día escolar reciente, una estudiante nueva estaba tan molesta que pasó la mayor parte del día llorando, sosteniendo una manta. Coletta la abrazó y dieron un largo paseo.
“La salud mental y la sobriedad son lo primero”, dijo Coletta.
Interagency en Queen Anne, que se inauguró a finales de 2014, forma parte de una red de campus de escuelas públicas alternativas llamada Interagency Academy, que también recibe a jóvenes sin hogar y encarcelados.
Al principio, un grupo de padres de escuelas primarias se opusieron al campus porque temían que los estudiantes vendieran drogas en el vecindario. Pero Melinda Leonard, la ex subdirectora quien ayudó a fundar la escuela, dijo que esos temores ahora han dado paso al apoyo de la comunidad.
“El campus es la escuela más sobria en el distrito escolar”, dijo Leonard.
Los estudiantes firman un compromiso de sobriedad y aceptan realizar pruebas de drogas al azar. No se los expulsa por una recaída, pero Welch, el consejero de apoyo, trabaja para volver a ponerlos en tratamiento si vuelven a usar drogas.
Desde que la escuela abrió sus puertas, se han graduado 21 estudiantes. Welch y los maestros los ayudan a planificar el futuro. Martínez, por ejemplo, se graduará este mes y está tomando cursos de colegios comunitarios.
En una mañana reciente, la maestra de artes del lenguaje, Heidi Lally, tocó una canción del exitoso musical “Dear Evan Hansen” sobre la soledad y la ansiedad en la escuela secundaria. Lally animó a los estudiantes a escribir sobre la canción en términos de su recuperación.
Un estudiante escribió: “Tuve pensamientos e intentos suicidas y estas letras me hicieron recordar esos momentos”. Otro escribió: “Las sombras se agolpan/estoy perdido/pero ¿cuál es el costo para terminar con este sentimiento?”.
Para Coltrane Fisher, el costo fue tocar fondo. Comenzó a fumar marihuana a los 12 años y luego pasó a otras drogas. El año pasado, dejó de ir a la escuela y no regresó a casa durante días y días. “Nadie crece pensando que vas a convertirte en un adicto”, dijo. “Solo pasa”.
La madre de Fisher, Lisa Luengo, dijo que no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo. “Se descarriló rápido y muy profundamente”, dijo Luengo, profesora de un colegio comunitario. Ella envió a Fisher a un programa de rehabilitación en Utah antes de inscribirlo en Interagency.
Luengo sabe que la escuela es adecuada para su hijo, aunque cree que es más débil académicamente que otras escuelas. “Si él estuviera en un entorno escolar diferente, se derrumbaría”, dijo. “Esta escuela le está dando un futuro”.
Fisher estuvo de acuerdo. “No puedo lograr nada en mi vida si no estoy sobrio”, dijo, “y no estaría sobrio si no fuera por esta escuela”.