El sacerdote José Luis Garayoa sobrevivió a la fiebre tifoidea, a la malaria, a un secuestro y a la crisis del ébola como misionero en Sierra Leona, pero murió a causa de covid-19 después de atender a los enfermos de su iglesia en Texas y a los afligidos familiares de los fallecidos.
Garayoa, de 68 años, servía en la iglesia católica Little Flower de El Paso, y fue uno de los tres sacerdotes que vivía en la casa local de la Orden Católica de los Agustinos Recoletos que contrajo la enfermedad. Garayoa murió dos días antes del Día de Acción de Gracias.
Era consciente de los peligros de covid, pero no podía rechazar a un feligrés que buscaba consuelo y oraciones cuando esa persona o un ser querido luchaba contra la enfermedad, según contó la peluquera jubilada María Luisa Placencia, una de sus feligresas.
“Siempre que veía a alguien sufriendo o preocupado por un hijo o un padre, rezaba con ellos y mostraba compasión”, dijo Placencia.
La muerte de Garayoa subraya los riesgos personales que corren los líderes espirituales que confortan a los enfermos y a sus familias, dan la extremaunción o dirigen los funerales de las personas que han muerto de covid. Muchos de ellos también se enfrentan al reto de liderar a congregaciones divididas sobre la gravedad de la pandemia.
Atender a los enfermos o a los moribundos es una de las principales funciones de los líderes espirituales de todas las religiones. Susan Dunlap, teóloga en la Universidad de Duke, dijo que covid crea un sentimiento de obligación aún mayor para el clero, porque muchos pacientes están aislados de los miembros de la familia.
Las personas terminales suelen querer interactuar con Dios o arreglar las cosas, señaló Dunlap, y un miembro del clero “puede ayudar a facilitar eso”.
Esta labor espiritual es la clave del trabajo de los capellanes de los hospitales, pero puede exponerlos a la propagación de virus en el aire o, a veces, a través del tacto.
Jayne Barnes, capellán de la Clínica Billings de Montana, dijo que trata de evitar el contacto físico con los pacientes de coronavirus, pero puede ser difícil resistirse a un breve contacto, que a menudo es la mejor forma de transmitir compasión.
“Es casi un momento incómodo cuando ves a un paciente angustiado, y sabes que no debes cogerle la mano o darle un abrazo”, apuntó Barnes. “Pero eso no significa que no podamos estar ahí para ellos. Son personas que no pueden recibir visitas, y tienen muchas cosas que decir. A veces están enfadados con Dios, y me lo hacen saber. Estoy allí para escuchar”.
Sin embargo, hay veces, dijo Barnes, que la desesperación es tan profunda que no puede evitar “ponerte un guante y tomar la mano de un paciente”.
A Barnes le diagnosticaron covid cerca del Día de Acción de Gracias. Se ha recuperado y tiene una “mejor comprensión” de lo que los pacientes están soportando.
Tratar con tanto sufrimiento afecta incluso a los médicos y enfermeras más curtidos, comentó. El personal de la Clínica Billings quedó devastado cuando un médico muy querido murió de covid, y se unió en apoyo a una enfermera que estuvo gravemente enferma, pero se recuperó.
“No sólo cuidamos de los pacientes, también estamos ahí para el personal, y creo que hemos sido un activo importante”, dijo refiriéndose a los capellanes del hospital.
En Abington, Pennsylvania, el pastor Marshall Mitchell, de la Iglesia Bautista de Salem, explicó que parte de su deber espiritual es persuadir a su congregación y a la comunidad afroamericana, en general, de que tomen precauciones para evitar la enfermedad.
Por eso Mitchell permitió que los fotógrafos captaran el momento en que, en diciembre, recibió su primera dosis de la vacuna.
“Como pastor de una de las mayores iglesias de la región de Philadelphia, me corresponde demostrar los poderes tanto de la ciencia como de la fe”, dijo.
Mitchell aseguró que podría utilizar su credibilidad para convencer a otros afroamericanos, que se han visto desproporcionadamente afectados por covid, de que una vacuna puede salvar vidas. Muchos son escépticos.
La politización de las precauciones para evitar contagiarse el coronavirus, como las máscaras y el distanciamiento social, ha puesto a muchos pastores en una posición difícil.
Mitchell dijo que no tiene paciencia con las personas que se niegan a usar máscaras.
“Los mantengo muy lejos de mí”, añadió.
Jeff Wheeler, pastor principal de la Iglesia Central de Sioux Falls, en Dakota del Sur, dijo que su iglesia anima a llevar máscaras y que la mayoría de los feligreses lo hacen. Sin embargo, la tensión subyacente se refleja en su mensaje a los miembros en el sitio web de la iglesia:
“A medida que avanzamos, simplemente les pedimos que eviten avergonzar, juzgar o hacer comentarios críticos a quienes llevan o no llevan máscaras”.
El jeque Tarik Ata, que dirige la Fundación Islámica del Condado de Orange, en California, explica que el Corán pide a los musulmanes que tomen medidas para cuidar de su salud y que los congregantes cumplen, en gran medida, las directrices de covid.
“Por lo tanto, nuestros miembros no tienen ningún problema con el mandato de llevar máscara”, dijo.
Covid ha golpeado duramente a la población musulmana del condado de Orange, indicó Ata. La religión se ha convertido en una importante fuente de consuelo para los miembros que han perdido sus trabajos o se han enfermado.
“Nuestra fe dice que, por muy difícil que sea la situación, siempre tenemos acceso a Dios y así el futuro será mejor”, dijo Ata.
Adam Morris, rabino del Templo Micah de Denver, Colorado, contó que se reúne con enfermos de covid a través de internet. En los servicios funerarios, le preocupa que con la máscara puesta las personas no aprecien la preocupación y la compasión que siente por su situación.
Oficia los funerales junto a la tumba para un pequeño número de dolientes, pero exige que todos los participantes lleven máscara.
Musulmanes y judíos practicantes creen que es importante enterrar a las personas rápidamente después de su muerte, dijo Morris.
“Algunas tradiciones y rituales deben seguir adelante”, concluyó Morris, “con o sin covid”.