BERKELEY, California. El silencio era sorprendente.
En un día normal, la sala de espera de Berkeley Pediatrics está llena de niños jugando, bebés que lloran y adolescentes chequeando sus celulares.
Un lunes reciente, la misma sala estaba desierta, solo una pecera y algunas sillas vacías. Todos los libros, rompecabezas y juegos de madera se habían guardado para evitar la propagación del coronavirus. No había un solo paciente.
Desde el 17 de marzo, cuando funcionarios del Área de la Bahía de San Francisco emitieron las primeras órdenes radicales de la nación para que los residentes se quedaran en sus casas, el volumen de pacientes en el consultorio, abierto hace 78 años, ha disminuido en casi un 60%.
Siguiendo la recomendación de la Academia Americana de Pediatría, sus siete médicos han cancelado casi todas las visitas de niños sanos mayores de 18 meses. Algunos padres se resisten incluso a llevar a sus bebés a vacunarse, abriendo la puerta a otra crisis potencial en el futuro.
En los días posteriores a estos drásticos cambios por COVID-19, la oficina se apresuró a configurar la telemedicina para citas virtuales. Aun así, esta pequeña práctica independiente ha pasado de ver a más de 100 pacientes por día a unos 40. Ha despedido a seis miembros del personal y los médicos han recortado sus salarios en un 40%.
“He estado ejerciendo durante mucho tiempo y he visto muchas cosas. Este es un monstruo distinto”, dijo la doctora Annemary Franks, quien se unió al grupo médico en 1993. “Nunca había visto que todo se derrumbara en una semana”.
En todo los Estados Unidos, miles de consultorios pediátricos que brindan atención primaria están luchando por adaptarse a una nueva realidad: una estrepitosa reducción de ingresos, padres aterrorizados y escasez de equipos de protección, desde guantes y anteojos hasta cubiertas para termómetros. Todo mientras se les pide que cuiden a pacientes jóvenes que podrían estar infectados con COVID-19, y que podrían ser vectores primarios para la transmisión, sin mostrar síntomas.
Lo bien que se adapten estas prácticas será clave a medida que el país busque superar la pandemia: los consultorios pediátricos brindan una válvula de descarga crucial para el sistema de atención médica al tratar huesos rotos, heridas, resfriados, gripes y enfermedades crónicas que de otro modo podrían inundar los departamentos de emergencia ya sobrecargados.
“Un mes o dos atendiendo así, está bien. Pero si esto dura meses y meses y meses, veremos más consultorios en bancarrota”, dijo Franks. “No tenemos un montón de dinero para superar esto. Recibimos pagos por servicios. Te pagan por lo que haces”.
Como muchas prácticas, Berkeley Pediatrics improvisó de la noche a la mañana frente a COVID-19. El edificio se dividió rápidamente en dos: arriba para pacientes sanos, abajo para los enfermos. Abrieron una entrada trasera por una escalera no utilizada para que ambos grupos no se cruzaran.
Antes de obtener una cita, a todos los niños se los “examina” por teléfono para detectar signos del virus. Cuando es posible, a los enfermos se los trata a distancia. Si un niño con síntomas respiratorios necesita ser visto en persona, un médico se encuentra con el niño en el automóvil de la familia en el estacionamiento, vestido con bata, guantes y mascarilla. A todas las personas que entran a la oficina, ya sea niño o cuidador, se les toma la fiebre.
El consultorio solo tiene 75 cubiertas de plástico para termómetros y están esperando por suministros. Los médicos usan máscaras quirúrgicas incluso para visitas de niños sanos.
“Todos los días pienso: ‘Eso es exactamente lo contrario de lo que me enseñaron en la escuela de medicina y para lo que me entrenaron’”, dijo la doctora Olivia Lang, también de Berkeley Pediatrics. “Se supone que no debo usar máscaras y asustar a mis pacientes, pero lo hago todos los días”.
La telemedicina dificulta el contacto visual, dijo. Y en un esfuerzo por evitar citas en persona, los proveedores de atención médica han recurrido a recetar antibióticos por teléfono ante síntomas que sugieran infecciones del oído y faringitis estreptocócica, sin realizar análisis de laboratorio. “Se supone que somos buenos administradores de antibióticos, y eso se está desmantelando”, dijo Lang.
Otro desafío es la disponibilidad de equipos de protección personal, una lucha para todos los trabajadores de salud. Habitualmente, los consultorios pediátricos no tienen máscaras N95 en stock, y rara vez usan batas o incluso máscaras quirúrgicas simples. Ahora, con los hospitales que enfrentan una escasez crítica de EPP, los pediatras a menudo están al final de la lista de espera de suministros.
La doctora Kristen Haddon, pediatra en las afueras de Boston, dijo que el consultorio no saltó a comprar suministros cuando los casos del nuevo coronavirus surgieron por primera vez en el estado de Washington en enero. “Se sentía muy lejos y parecía muy aislado”, dijo. Cuando se dieron cuenta que el virus estaba muy extendido, “ya no había nada”. No tenían N95, batas o gafas, y solo dos cajas de máscaras quirúrgicas.
Los pediatras se consideran en riesgo particular de infección, dada la investigación preliminar que sugiere que los niños infectados con COVID-19 son más propensos que los adultos a tener casos leves y pueden ser contagiosos sin mostrar ningún síntoma. “No tenemos ni idea de quién está infectado y quién no”, dijo Haddon. “Los niños tosen y estornudan en nuestra cara todo el tiempo. Y una tos podría ser muy mala para mí”.
La doctora Niki Saxena, pediatra en Redwood City, California, dijo que su práctica está cuidando como oro el puñado de máscaras N95 que habían quedado de la epidemia de SARS y han tenido que tomar “algunas decisiones muy aterradoras” sobre cómo proteger al personal. Sus opciones, dijo, son cerrar, en cuyo caso irían a la quiebra, o ser muy precisos sobre cuándo usan equipos de protección.
“Cuando estás en una batalla, debes mantener tu pólvora seca hasta que tengas que usarla”, dijo. “Cuando veo a alguien caminando por la tienda de comestibles con una N95, necesito contenerme para no arrancársela de la cara”.
En Berkeley Pediatrics, los miembros del personal se limpian las batas después de ver a un paciente y simplemente las reutilizan. Cuando llega a casa, la doctora Katrina Michel, dijo que se saca la ropa en el garaje y la deja en el suelo. Les dice a sus dos hijos pequeños que no la toquen hasta que tenga la oportunidad de bañarse. “Nunca antes había temido por mi seguridad personal al ir a trabajar”, dijo.
También se preocupa por el bienestar de sus pacientes, ya que los esfuerzos por contener el nuevo coronavirus interrumpen cada vez más la atención básica. En todo el país, los pediatras informan que algunos padres están cancelando los chequeos de rutina y las citas de vacunación, incluidas las primeras para los bebés, porque les preocupa infectarse si los llevan al consultorio.
“No queremos crear un brote de tos ferina porque no vacunamos a todos nuestros bebés a tiempo”, dijo Michel.
Muchas prácticas están retrasando las vacunas de refuerzo para los niños mayores. La doctora Tina Carrol-Scott, pediatra de Miami, dijo que le preocupa que los mensajes mixtos puedan ser contraproducentes para los padres que dudan de las vacunas. “Si comenzamos a tomar la postura de que debido al coronavirus está bien que te retrases un mes o dos, eso nos quita credibilidad como médicos”, dijo. “Los padres van a decir: ‘bueno, estuvo bien retrasarse durante el coronavirus, ¿por qué no ahora?’”.
Y no solo las vacunas perdidas son preocupantes. Los pediatras monitorean el crecimiento y el desarrollo en las visitas de niños sanos. Para los recién nacidos, eso incluye controles de pérdida de peso, ictericia y enfermedades congénitas.
“Hemos tenido padres de bebés que tienen una semana de vida que dicen: ‘no quiero entrar; No creo que sea seguro’”, dijo el doctor Scott Needle, pediatra en Sacramento, California. “Hemos tenido que decirles:” Miren, para un bebé de una semana recién salido del hospital, hay muchas cosas que debe verificar que podrían ser mucho más peligrosas que el coronavirus en este momento”.
Saxena dijo que el número de casos en su consultorio de Redwood City es menos del 25% de lo que es típico, y advirtió de ramificaciones aún más amplias en la atención médica infantil a medida que avanza la pandemia.
“Si la gente deja de ir al médico por completo”, dijo, “entonces las prácticas de atención primaria se cerrarán al igual que los cines y restaurantes”.
Esta historia de KHN se publicó primero en California Healthline, un servicio de la California Health Care Foundation.