“El futuro está aquí”, anunciaba el correo electrónico. Hilda Jaffe, que entonces tenía 88 años, les estaba diciendo a sus hijos que pensaba vender la casa familiar de Verona, Nueva Jersey. Había decidido empezar una nueva vida, por su cuenta, en un apartamento de una habitación en Hell’s Kitchen, en Manhattan.
Catorce años después, Jaffe, que ahora tiene 102 años, sigue viviendo sola, a pocas cuadras de las frenéticas luces parpadeantes y las multitudes que recorren Times Square.
No es la típica persona mayor: una centenaria que se mantiene físicamente ágil y mentalmente alerta, que lleva las bolsas de las compras, una en cada mano, cuando vuelve caminando del mercado, y que toma buses urbanos para ir a ver a sus médicos o asistir a una matiné en la Ópera Metropolitana.
Jaffe limpia su casa, lava su ropa, gestiona sus finanzas y se mantiene en contacto con una amplia red de familiares y amigos por correo electrónico, whatsapp y zoom. Su hijo, Richard Jaffe, de 78 años, vive en San José, California. Su hija, Barbara Vendriger, de 75 años, vive en Tel Aviv, Israel.
Es un ejemplo extraordinario de una persona mayor que vive sola y prospera.
El año pasado esta reportera habló con docenas de personas mayores para una serie de columnas sobre estadounidenses mayores que viven solos. Muchos tienen problemas de salud. Muchos están aislados y son vulnerables. Pero una parte notable de este creciente grupo de personas mayores mantiene un alto nivel de bienestar.
¿A qué puede deberse esto, sobre todo entre las personas que se encuentran en los confines de la vejez?
Sofiya Milman es directora de Estudios de Longevidad Humana del Instituto de Investigación sobre el Envejecimiento de la Facultad de Medicina Albert Einstein. Estudia a las personas conocidas como “superagers”, de 95 años o más. “Como grupo, tienen una visión muy positiva de la vida” y me dijo que son muy resilientes, como Jaffe.
Entre las cualidades asociadas a la resiliencia en los mayores se incluyen el optimismo y la esperanza, la capacidad de adaptarse a circunstancias cambiantes, las relaciones personales relevantes, las conexiones con la comunidad y la actividad física, según un creciente número de investigaciones sobre este tema.
Jaffe tiene todas esas cualidades, además de una actitud positiva.
“Nunca esperé cumplir 102 años. Estoy tan sorprendida como cualquiera de estar aquí”, declaró recientemente durante un almuerzo en un restaurante chino a pocos pasos de su edificio de 30 pisos.
La manera en que Jaffe ve su longevidad no tiene nada de sentimental. Lo atribuye a su herencia genética, a la suerte y a su compromiso de “seguir adelante”, en ese orden. “No te esfuerzas para conseguirlo, sucede. Cada día te levantas y eres un día más vieja”, afirmó.
Así es como Jaffe afronta la vida, con total normalidad. Cuando se le pide que se describa a sí misma, responde rápidamente “pragmática”. Eso significa tener una visión clara de lo que puede y no puede hacer, y hacer los ajustes necesarios.
Vivir sola le viene bien, agregó, porque le gusta ser independiente y hacer las cosas a su manera. “Si surge un problema, lo resuelvo”, dijo Jaffe.
En esto se parece a otras personas mayores que han asumido su condición de “soledad” y, la mayoría, lo llevan bastante bien.
Aun así, Jaffe es, cuando menos, inusual. Sólo hay 101,000 centenarios en Estados Unidos, según los datos más recientes de la Oficina del Censo. De este pequeño grupo, el 15% vive de forma independiente o lo hace mientras vive con alguien, según Thomas Perls, fundador y director del New England Centenarian Study, el mayor estudio de centenarios del mundo. (Jaffe es uno de los 2,500 centenarios que participan en el estudio).
Según Perls, un 20% de los centenarios están libres de problemas físicos o cognitivos, como Jaffe. Otro 15% no padece enfermedades relacionadas con la edad, como artritis o cardiopatías.
En la práctica, eso significa que Jaffe no conoce a nadie como ella. Tampoco sus médicos. “Mi médico de cabecera siempre me dice: ‘Eres la única centenaria que entra a la consulta sin asistente ni bastón. Eres una fuera de serie’”, contó Jaffe al hablar de su salud.
Sólo tiene unos pocos problemas: reflujo, latidos irregulares ocasionales, osteoporosis, un poco de ciática y un nódulo pulmonar que apareció y desapareció. Jaffe vigila de cerca estos problemas y sigue al pie de la letra los consejos de sus médicos.
Todos los días, intenta caminar 3.000 pasos, al aire libre si hace buen tiempo o dentro de casa, dando vueltas en el pasillo, si el día está feo. Su dieta es sencilla: pan, queso y café descafeinado para desayunar; un sándwich o huevos para comer; a menudo pollo y verdura o sobras del restaurante para cenar. Nunca ha fumado, no bebe alcohol y duerme una media de ocho horas cada noche.
Y lo que es más importante, Jaffe sigue relacionándose con los demás. Está abonada a la Ópera Metropolitana, la Filarmónica de Nueva York y a un ciclo de música de cámara. Participa en eventos en línea y visita regularmente las nuevas exposiciones de cuatro de los principales museos de Nueva York, de los que es miembro. Y se mantiene en contacto con familiares y amigos.
Jaffe también pertenece a un club de lectura de su sinagoga en el Upper West Side de Manhattan y forma parte del comité de educación de adultos de la sinagoga. Durante más de una década, ha trabajado como voluntaria varias veces a la semana en la Biblioteca Pública de Nueva York, en la Quinta Avenida.
“La soledad no es mi problema”, señaló. “Tengo bastante que hacer dentro de mis posibilidades”.
Un martes por la tarde, Jaffe guiaba a visitantes de México, Inglaterra, Pittsburgh y Nueva Jersey por la exposición “Tesoros” de la biblioteca. Ella les dio mucha información sobre objetos extraordinarios, como una Biblia de Gutenberg de 1455 (uno de los primeros libros impresos en Europa con tipos móviles), el escritorio de Charles Dickens y una enorme publicación de “Las aves de América” de John James Audubon. Habló sin mirar notas, articuladamente.
Cuando le preguntan por el futuro, Jaffe dijo que no se preocupa por lo que vendrá después. Simplemente vive el día a día.
Ese cambio de perspectiva es habitual en la madurez. “Centrarse en el presente y vivir el aquí y el ahora es más importante para los mayores”, afirmó Laura Carstensen, directora y fundadora del Centro de Longevidad de la Universidad de Stanford, que lleva décadas estudiando los cambios emocionales que acompañan al envejecimiento. “Lo mismo que saborear las cosas positivas de sus vidas”.
El grupo de investigación de Carstensen fue el primero en demostrar que los adultos mayores eran más resistentes emocionalmente durante la pandemia de covid-19 que los adultos jóvenes o de mediana edad. “Las personas mayores enfrentan mejor las dificultades”, señaló. En parte, esto se debe a las habilidades y la perspectiva adquiridas a lo largo de la vida. Y también al hecho de que “cuando vemos nuestro futuro más corto, nos parece más manejable”.
Jaffe entiende perfectamente el valor de mirar hacia delante y dejar atrás el pasado. Admitió que perder a su marido, Gerald Jaffe, en 2005 tras 63 años de matrimonio fue duro, pero renunciar a su vida y a la mayoría de sus pertenencias en Nueva Jersey cinco años después, fue fácil.
“Ya era suficiente. Habíamos hecho lo que queríamos hacer allí. Yo tenía 88 años y mucha gente se había ido. El mundo había cambiado”, me dijo. “No tuve sensación de pérdida”.
“Para mí fue muy emocionante estar en Nueva York”, continuó. “Todos los días podías hacer algo… o nada. Esta ubicación no podría ser mejor. El edificio es seguro y está bien cuidado, con mucho personal. Aquí, todo está cerca: un mercado, la farmacia, restaurantes, autobuses. En una casa de Nueva Jersey, estaría aislada. Aquí, miro por la ventana y veo gente”.
En cuanto al futuro, ¿quién sabe lo que deparará? “Mi broma es que acabará conmigo un repartidor en bicicleta andando por la vereda”, dijo Jaffe. Hasta que eso u otra cosa ocurra, “vivo en un estado de sorpresa. Cada día es un día nuevo. No lo doy por sentado en absoluto”.