Al principio de su primer trimestre en la Universidad de California-Davis, Ryan Manríquez se dio cuenta que necesitaba ayuda. Una suma de presiones —evitar covid-19, superar una ruptura afectiva, lidiar con una discapacidad, tratar de mantenerse al día con un exigente calendario de clases— lo golpeó duro.
“Sentí el impacto de inmediato”, dijo Manríquez, de 21 años.
Luego de informarse sobre los servicios de terapia gratuitos de UC-Davis, Manríquez se presentó en el centro de salud para estudiantes y consiguió una sesión de emergencia por Zoom el mismo día. Fue derivado a otros recursos en cuestión de días y finalmente asistió a una terapia de grupo semanal.
Eso fue en septiembre de 2020. Manríquez, ahora presidente del sindicato de estudiantes, se considera afortunado. En estos días puede tomar hasta un mes conseguir una cita con un consejero, aseguró, y eso es “en una universidad que se esfuerza para tener servicios estén disponibles”.
En todo el país, una enorme cantidad de universitarios buscan terapia de salud mental en sus campus, algo que ha aumentado en los últimos 15 años y que se ha disparado durante la pandemia. En diciembre, el doctor Vivek Murthy, cirujano general de los Estados Unidos, emitió una inusual advertencia de salud pública en la que señalaba el creciente número de intentos de suicidio entre jóvenes.
Las universidades tienen dificultades para satisfacer la demanda de servicios de salud mental. En medio de la escasez nacional de estos profesionales, compiten con los sistemas hospitalarios, las consultas privadas y la floreciente industria de la telesalud para contratar y retener a los consejeros. Es una batalla que pierden con demasiada frecuencia, según los responsables de los campus.
En UC-Davis, Cory Vu, su vicerrector, explicó que, para agregar 10 consejeros a su lista de 34, su campus debe competir con otras ocho universidades del sistema de la UC, 23 universidades del Estado de California, y múltiples sistemas de salud y prácticas privadas.
“Todos los campus universitarios buscan consejeros, pero también lo hacen todas las demás entidades sanitarias, públicas y privadas”, señaló.
Según datos recopilados por KFF, más de 129 millones de estadounidenses viven en zonas con una escasez documentada de profesionales de salud mental. Unos 25,000 psiquiatras trabajaban en los Estados Unidos en 2020, según la Oficina de Estadísticas Laborales. Los datos de KFF indican que se necesitarían más de 6,500 psiquiatras adicionales para zanjar el déficit.
En los campus, años de campañas de concientización pública han hecho que más estudiantes esté alertas a su salud mental e intenten acceder a servicios. “Eso es algo muy bueno”, dijo Jamie Davidson, vicepresidente para el bienestar de los estudiantes en la Universidad de Nevada-Las Vegas (UNLV). El problema es que “no tenemos suficiente personal para atender a todos los que necesitan ayuda”.
Hace unos tres años, los administradores de la Universidad del Sur de California decidieron reaccionar ante la creciente demanda de servicios de salud mental de los estudiantes. Desde entonces, “hemos pasado de 30 consejeros a 65”, indicó la doctora Sarah Van Orman, jefa médica de la universidad.
¿El resultado? “Seguimos desbordados”, declaró Van Orman.
Van Orman, ex presidenta de la American College Health Association, afirmó que el deterioro de la salud mental de los universitarios va en aumento. Cada vez llegan más estudiantes con “idea de suicidio activa, que están en crisis, o con una angustia tan grave que no les permite funcionar”, expresó Van Orman. Para los consejeros, “esto es como trabajar en una sala de urgencias psiquiátricas”.
Como consecuencia, los tiempos de espera pueden ser de semanas para los estudiantes con necesidades no urgentes, como ayuda para lidiar con el estrés relacionado con las clases o la transición a la universidad.
Los profesionales de los centros de consejería del campus, por su parte, han visto aumentar drásticamente tanto su carga de trabajo, como la gravedad de los casos, lo que ha llevado a algunos a buscar empleo en otros lugares.
“Estamos ante una auténtica epidemia”, dijo Van Orman, “y ha explotado en los últimos dos años hasta el punto de que no es manejable para muchos de nuestros campus y, en última instancia, para nuestros estudiantes”.
La pandemia ha exacerbado los retos a los que se enfrentan los estudiantes, señaló Davidson, de la UNLV. Se sienten más aislados y desconectados por los cierres y confinamientos, incapaces de establecer relaciones cruciales y desarrollar su propia identidad que es lo que normalmente aporta la vida en el campus. También pierden oportunidades profesionales, como las prácticas, y se retrasan en el cuidado personal, como ir al gimnasio.
Un estudio del Center for Collegiate Mental Health de la Pennsylvania State University halló que, entre los 43,000 estudiantes que buscaron ayuda el pasado otoño en 137 centros de consejería, el 72% dijo que la pandemia había afectado negativamente su salud mental.
Una encuesta en línea realizada a 33,000 estudiantes en la misma temporada reveló que la mitad de ellos “dio positivo en depresión y/o ansiedad”, según Sarah Ketchen Lipson, investigadora de la Universidad de Boston.
Incluso antes de la pandemia, el personal de los centros de consejería de las universidades estaba desbordado, según escribió Bettina Bohle-Frankel, psiquiatra de la Universidad de Northwestern, en una carta reciente a The New York Times. “Ahora, sobrecargados, mal pagados y agotados, muchos terapeutas abandonan los centros de consejería universitarios en busca de un trabajo menos estresante y mejor pago. Muchos lo hacen para proteger su propia salud mental”.
En promedio, un puesto de consejero en la UC-Davis, que requiere una maestría o un doctorado, paga $150,000 al año en salario y beneficios, pero la compensación puede variar ampliamente según la experiencia, dijo Vu. Incluso con esa cantidad, según Vu, “a veces no podemos competir con Kaiser [Permanente], otros centros hospitalarios o la práctica privada”.
Tatyana Foltz, trabajadora social clínica en San José, California, pasó tres años como gestora de casos de servicios de salud mental en la Universidad de Santa Clara. “Disfruté mucho trabajando con los estudiantes: son inteligentes, dinámicos y complejos, y buscan resolver las cosas”, explicó Foltz.
Pero dejó la universidad hace unos años, atraída por la flexibilidad de la práctica privada y frustrada por un sistema universitario que, según Foltz, no abordaba las necesidades diversas de sus estudiantes.
Foltz regresó al campus en diciembre para apoyar a los estudiantes de Santa Clara que protestaban por lo que decían eran servicios inadecuados en el campus, incluyendo un número insuficiente de consejeros con diversidad, que representaran a las comunidades negra, indígena y LGBTQ+ y otras personas de color. Las protestas se produjeron tras la muerte de tres estudiantes durante el trimestre de otoño, dos de ellos por suicidio.
“No se deberían conseguir mejores recursos de salud mental porque mueren estudiantes”, manifestó Megan Wu, una de las organizadoras de la protesta. Después de la manifestación, el presidente del consejo de administración de Santa Clara prometió varios millones de dólares en nuevos fondos para consejería en el campus.
Reemplazar a los terapeutas que dejan las universidades es difícil, dijo Davidson. La UNLV tiene actualmente fondos para ocho nuevos consejeros, pero los salarios que puede ofrecer son limitados en un mercado de contratación competitivo.
Sin embargo, las universidades son creativas a la hora de distribuir los recursos de salud mental en sus campus. La UC-Davis incorpora consejeros en grupos estudiantiles, como el Centro Intercultural y el Centro de Recursos LGBTQIA. El Bridge Peer Counseling Center de la Universidad de Stanford ofrece asesoramiento anónimo 24/7, a los estudiantes que se sienten más cómodos hablando con un compañero capacitado.
Los servicios de salud mental a los que se puede acceder en línea o por teléfono, que muchas universidades no ofrecían antes de la pandemia, pueden convertirse en un salvavidas para los centros. Los estudiantes suelen preferir el asesoramiento a distancia al presencial, apuntó Davidson, y es probable que los campus empiecen a ofrecer a sus consejeros la opción de trabajar también a distancia, algo que los consultorios privados y algunos sistemas médicos han hecho durante años.
“Hay que trabajar duro y también de forma inteligente”, afirmó Foltz. “Necesitas números, pero también necesitas la combinación adecuada de consejeros. Hay una necesidad constante de contar con personal culturalmente competente en un campus universitario”.