Saira Díaz usa sus dedos para contar los lugares que venden comida rápida y dulces cerca de la casa del sur de Los Ángeles que comparte con sus padres y su hijo de 13 años. “Hay uno, dos, tres, cuatro, cinco restaurantes de comida rápida”, dice ella. “Y una pequeña tienda familiar que vende bocadillos, sodas y dulces”.
En ese vecindario de bajos ingresos, predominantemente latino, es bastante difícil para un niño evitar el azúcar. El año pasado, los médicos del Centro para Niños y Familias de St. John’s Well, una clínica comunitaria sin fines de lucro a siete cuadras de distancia, se alarmaron por el aumento de peso de Adrián Mejía, el hijo de Díaz. Lo convencieron para que participara de un estudio de intervención dirigido por la Universidad del Sur de California y el Hospital Infantil de Los Ángeles (CHLA) que elimina el azúcar de la dieta de los participantes en un esfuerzo por reducir la tasa de obesidad y diabetes en niños.
Y también apunta a una tercera condición de la que pocos han oído hablar: enfermedad del hígado graso.
Vinculada tanto a la genética como a las dietas altas en azúcar y grasa, “la enfermedad del hígado graso está afectando a la comunidad latina como un tsunami silencioso, que impacta especialmente a los niños”, dijo el doctor Rohit Kohli, jefe de gastroenterología, hepatología y nutrición de CHLA.
Investigaciones recientes muestran que aproximadamente 1 de cada 4 personas en los Estados Unidos sufre la enfermedad del hígado graso. Pero entre los latinos, especialmente de ascendencia mexicana y centroamericana, la tasa es significativamente más alta. Un estudio extenso en Dallas encontró que el 45% de los latinos tenía hígado graso.
La enfermedad, que se diagnostica cuando más del 5% del peso del hígado es grasa, no causa problemas graves en la mayoría de las personas. Pero puede progresar a una afección más grave llamada esteatohepatitis no alcohólica, o EHNA, que está relacionada con la cirrosis, el cáncer de hígado y la insuficiencia hepática. Esta forma progresiva de la enfermedad del hígado graso es la causa de más rápido crecimiento de los trasplantes de hígado en adultos jóvenes.
El año pasado, el estudio de USC-CHLA, que lidera Michael Goran, director del Programa de Diabetes y Obesidad de CHLA, hizo un descubrimiento alarmante: el azúcar de las bebidas endulzadas puede pasar de la leche materna a los bebés, lo que podría predisponerlos a la obesidad. Y a sufrir de hígado graso.
El programa, llamado HEROES (Healthy Eating Through Reduction of Excess Sugar), está diseñado para ayudar a los niños como Adrián, quien solía tomar cuatro o más bebidas azucaradas al día, a desterrar hábitos poco saludables que pueden provocar hígado graso y otras enfermedades.
La enfermedad del hígado graso está ganando más atención en la comunidad médica a medida que los legisladores aumentan la presión para desalentar el consumo de bebidas llenas de azúcar. Representantes en Sacramento, California, están considerando propuestas para imponer un impuesto estatal a las gaseosas, poner etiquetas de advertencia en las bebidas azucaradas y prohibir que las empresas que producen estas bebidas ofrezcan cupones de descuento para comprarlas a menos precio.
“Apoyo los impuestos sobre el azúcar y las etiquetas de advertencia como una forma de desalentar el consumo, pero no creo que eso solo logre resultados”, dijo Goran. “También necesitamos estrategias de salud pública que limiten la comercialización de bebidas azucaradas, bocadillos y cereales para bebés y niños”.
William Dermody, vocero de la American Beverage Association dijo: “Entendemos que tenemos un papel que desempeñar para ayudar a los estadounidenses a controlar el consumo de azúcares agregadas, por lo que estamos creando más bebidas con menos o nada de azúcar”.
En 2016, 45 muertes en el condado de Los Ángeles se atribuyeron a la enfermedad del hígado graso. Pero eso es una “gran subestimación”, porque cuando las personas con la enfermedad mueren, a menudo tienen cirrosis y eso es lo que aparece en el certificado de defunción, dijo el doctor Paul Simon, director científico del Departamento de Salud Pública del condado.
Simon dijo que, aun así, fue sorprendente que el 53% de las muertes en 2016 atribuidas a la enfermedad del hígado graso fueran entre latinos, casi el doble de la proporción del total de muertes en el condado.
Investigadores consideran que la enfermedad del hígado graso es una manifestación de algo llamado síndrome metabólico, un conjunto de afecciones que incluyen exceso de grasa abdominal y presión arterial elevada, azúcar en la sangre y colesterol, que pueden aumentar el riesgo de enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular y diabetes.
Hasta 2006, pocos médicos sabían que los niños podían desarrollar la enfermedad del hígado graso. Ese año, el doctor Jeffrey Schwimmer, profesor de pediatría en la Universidad de California-San Diego, revisó las autopsias de 742 niños y adolescentes, de 2 a 19 años, quienes habían muerto en accidentes automovilísticos o por otras causas, y descubrió que 13% tenía enfermedad del hígado graso. Entre los niños obesos, el 38% lo padecía.
Después que se publicó el estudio de Schwimmer, Goran comenzó a usar resonancias magnéticas para diagnosticar el hígado graso en niños vivos.
Un estudio realizado en 2008 por otro grupo de investigadores impulsó a Goran más allá. Mostró que una variante de un gen llamado PNPLA3 aumentaba significativamente el riesgo de la enfermedad. Según Goran, alrededor de la mitad de los latinos tienen una copia de ese gen de alto riesgo, y una cuarta parte tiene dos copias.
Goran comenzó un nuevo estudio, que mostró que, entre los niños de tan solo 8 años, los que tenían dos copias del gen de riesgo y consumían altas cantidades de azúcar tenían tres veces más grasa en sus hígados que los niños sin copia del gen. Ahora, en el estudio de USC-CHLA, se está evaluando si la reducción en el consumo de azúcar disminuye el riesgo de hígado graso en niños que tienen la variante del gen PNPLA3.
Al comienzo del estudio, se examina a los niños para ver si tienen el gen PNPLA3, se usa una MRI para medir su grasa hepática y se cataloga su consumo de azúcar. Un dietista del equipo educa a la familia sobre el impacto del azúcar. Luego, después de cuatro meses, vuelven a medir la grasa del hígado para evaluar el impacto de la intervención. Goran espera tener resultados del estudio en aproximadamente un año.
Más recientemente, Goran ha estado investigando la transmisión de azúcar de las madres a sus bebés. El año pasado demostró que en madres lactantes que bebían bebidas endulzadas con jarabe de maíz con alto contenido de fructosa, el edulcorante principal en formulaciones estándar de Coca-Cola, Pepsi y otras sodas, el nivel de fructosa en la leche materna aumentaba y se mantenía elevado durante varias horas, asegurándose que el bebé lo ingiera.
Esta exposición temprana al azúcar podría estar contribuyendo a la obesidad, la diabetes y el hígado graso, según investigaciones anteriores que demostraron que la fructosa puede mejorar la capacidad de almacenamiento de grasa de las células, explicó Goran.
En barrios como el sur de Los Ángeles, donde viven Saira Díaz y Adrián Mejía, la falta de supermercados y productos frescos hace que sea más difícil comer sano. “El acceso a opciones de alimentos poco saludables, que generalmente son más baratos, es muy alto en esta ciudad”, dijo a Kaiser Health News Derek Steele, director de programas de equidad en salud en el Social Justice Learning Institute, en Inglewood, California.
El instituto comenzó con mercados de granjeros, ayudó a convertir dos tiendas en mercados con opciones de alimentos más saludables y creó 109 huertas comunitarias en terrenos públicos y privados en el sur de Los Ángeles y el vecino Inglewood, que cuenta con 125 tiendas de licores y pequeños comercios, y 150 establecimientos de comida rápida.
En Torrance Memorial Medical Center, a 10 millas de distancia, el doctor Karl Fukunaga, gastroenterólogo con Digestive Care Consultants, dijo que él y sus colegas ven a tantos pacientes con enfermedad del hígado graso que planean comenzar con una clínica específicamente para abordar el problema. Fukunaga insta a sus pacientes a evitar el azúcar y reducir los carbohidratos.
Adrián Mejía y su madre recibieron consejos similares de un nutricionista en el programa HEROES. Adrián dejó de tomar bebidas azucaradas, y su grasa hepática se redujo en un 43%. Hace dos meses, comenzó a jugar en un equipo de fútbol.
“Antes, pesaba mucho y era difícil correr”, dijo. “Si continuara al ritmo al que iba, probablemente más tarde en mi vida sería como mi abuela [diabética]. No quiero que pase eso”.
Esta historia de KHN se publicó primero en California Healthline, un servicio de la California Health Care Foundation.