Durante gran parte de la vida de Teresa Martínez, comprar seguro de salud estuvo fuera de discusión. Ella trabaja en un salón del barrio coreano, ganando cerca de $10 por corte, ni siquiera cerca de la posibilidad de poder pagar una cobertura privada.
Con una larga lista de dolencias que incluyen mareos, visión borrosa y dolor en las piernas, Martínez aplicó ansiosa para el Medicaid, el programa de salud para los pobres conocido en California como Medi-Cal.
“Pensé, por fin ahora podré ir al doctor y tener lo que necesito”, dijo Martinez, de 62 años, quien vive en el este de Los Angeles. “Estaba tan entusiasmada. Pero eso fue por corto tiempo”.
La aplicación de Martinez quedó atascada entre miles de aplicaciones atrasadas del estado, lo que retrasó el comienzo de su cobertura ocho meses.
Para el momento que recibió su tarjeta de Medi-Cal en octubre, su entusiasmo se había transformado en miedo. Ella atrasó las citas médicas porque temía recibir malas noticias sobre sus descuidados problemas de salud.
“Da un poco de miedo”, dijo. Tengo miedo de la palabra C-Á-N-C-E-R. Cuanto más pasa el tiempo, más temeroso se vuelve uno”.
Años sin cuidado
Martínez está entre las cerca de 1,2 millones de personas que ganaron cobertura con la expansión del programa Medi-Cal, bajo la Ley de Cuidado de Salud. La cobertura ahora se extiende a personas como ella, sin hijos dependientes.
La demanda fue abrumadora: el flujo de aplicaciones creó un atraso de cerca de 800.000 inscripciones. Los retrasos se complicaron con los nuevos requisitos sobre la renta, y la verificación de la cantidad de solicitudes incompletas o duplicadas.
Ahora, con el atraso en menos de 100.000, el estado enfrenta el desafío de servir a la población, muchos de los cuales, como Martínez, llevan años sin cuidado médico regular.
Mientras que muchos de los nuevos asegurados han comenzado a buscar tratamiento, otros, como Teresa Martínez, no lo han hecho. Es sólo la ansiedad por lo que los médicos puedan encontrar, dice ella. También le preocupa que pueda haber algunos gastos inesperados, aunque le hayan dicho que no tiene que pagar por la visita a un doctor.
“Supongo que estoy postergando”, dijo. “Estoy tan acostumbrada a no tener cobertura”.
Viviendo “día a día”
En Chela’s Hair Fashions, en el barrio coreano, los clientes aparecen de a poco, algunos son del barrio y otros, del otro lado de la ciudad. Amable y positiva, Martínez charla con ellos, llamándolos afectuosamente “mi hija, mi hijo”.
Después de darle al dueño una comisión, Martínez dice que gana lo justo para pagar sus cuentas, cerca de $10.000 al año. Se apoya en su novio para pagar la renta del apartamento. “Vivo al día”, dijo.
Originaria de México, Martínez dijo que huyó de un marido abusador cuando tenía 17 años y cruzó la frontera con un documento falso. Se convirtió en ciudadana de Estados Unidos bajo la ley de amnistía de 1986 y aprendió inglés mientras trabajaba, como niñera, moza, recepcionista y eventualmente peluquera. Tuvo seguro médico por un corto tiempo mientras trabajó en un banco.
En su juventud, lo último que pasaba por su mente era ir al doctor, contó Martínez. Pasó años sin una mamografía o un exámen físico y no puede recordar la última vez que fue al dentista. Cuando sentía dolor, se aplicada mentol o hierbas medicinales.
“Siempre me auto diagnostiqué y auto mediqué”, dijo. “Rezo por todo, especialmente por mi buena salud”.
Pero Martínez dice que ahora que tiene más años, necesita ver a un doctor. Una caída le causó un esguince de tobillo y dolor en la cadera. Temía que podía tener diabetes, un doctor en México le había dicho que estaba en el límite.
El pasado diciembre, fue a una clínica comunitaria en Hollywood gerenciada por QueensCare Health Centers para tener el tan postergado exámen físico. Por sugerencia de un empleado del centro de salud, aplicó para cobertura gratuita del condado, un programa que pretende ser una puerta de entrada a la cobertura del Medi-Cal. Después de ayudarla a completar la aplicación, un consejero le dijo que posiblemente calificara y Martínez se sintió fantástica. “Qué diferencia se puede hacer en un día”.
Unas pocas horas después, en un espacioso consultorio, la enfermera Wendy Davidson se presentó. “¿Tiene alguna preocupación sobre su salud?”, le preguntó mientras le hacía un breve exámen.
Martínez le dijo que no había visto a un médico en al menos 10 años. Su boca estaba seca y veía borroso con su ojo izquierdo. Tenía la rodilla inflamada y dolores de cabeza frecuentes.
“¿Tiene alguna enfermedad crónica?”, le preguntó Davidson.
“No que yo sepa”, dijo. Davidson le ordenó una prueba de sangre y la animó a que hiciera una cita de seguimiento.
Enfrentando los riesgos
Un mes después, Martínez volvió por los resultados de laboratorio. Su nivel de azúcar en sangre estaba un poco alto.
“Queremos estar seguros que no tenga diabetes”, dijo Davidson. “Con sobrepeso y el azúcar alta, está en riesgo”.
La enfermera la urgió a hacer ejercicio y controlar su dieta. “Veamos si la sequedad en la boca y la visión borrosa mejora con un poco de ejercicio”, dijo. “Puedo decir que está motivada”.
Martínez se fue con sus próximas citas ya pautadas, incluyendo una para una mamografía y un exámen de la vista. Pero entonces, en febrero, recibió una carta de rechazo de Healthy Way Los Angeles, el programa que es un enlace temporal para Medi-Cal. Un trabajador social le dijo que cancelara las citas hasta que tuviera una tarjeta de Medi-Cal.
Martínez se sintió frustrada y temió que sus niveles de azúcar en sangre empeoraran. Cuando tuvo su tarjeta del Medi-Cal en octubre, dijo que se sintió aliviada.
“Por fin”, dijo. “He estado esperando durante tanto tiempo.”
Pero la preocupación seguía. Sus piernas estaban peor, y también tenía dolor de estómago, dolores de cabeza y calambres en el pecho.
“Tengo tantos problemas, que es más fácil simplemente bloquearlos y creer que estoy sana como un caballo”, dijo. “Pero voy a hacer las citas médicas pronto. Es mejor saber”.