La familia de Andrey Ostrovsky no discutió qué fue lo que mató a su tío. Era joven, tenía 45 recién cumplidos cuando murió, y había perdido contacto con sus seres queridos en sus últimos meses. Ostrovsky especuló que se había suicidado.
Casi dos años más tarde, Ostrovsky era médico jefe de Medicaid, y lidiaba con una crisis de opioides que mata a unos 115 estadounidenses cada día, cuando se enteró de la verdad: su tío había muerto por una sobredosis.
Su familia sabía que este tío había tenido una vida turbulenta en los últimos años: se había divorciado de su esposa y alejado de su hija de 4 años. Finalmente, perdió su trabajo como gerente de una mueblería. Pero Ostrovsky quería entender qué más le había ocurrido al hermano menor de su padrastro. Por eso, el otoño pasado, cuando estuvo unos días en el sureste de Florida, donde su tío murió en 2015, contactó a uno de los amigos de su tío para lo que, pensó, sería un café rápido.
En cambio, el amigo “habló mucho”, revelando que habían estado experimentando con una variedad de drogas la noche en que su tío murió, la trágica culminación de más de una década de abuso de sustancias, de la cual su familia no sabía nada. Ostrovsky se enteró después que una autopsia mostró opioides y cocaína en su sistema.
La revelación sacudió a Ostrovsky, un pediatra designado como oficial de los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid (CMS) en 2016. Había abogado por mejores programas de tratamiento de drogas para las 74 millones de personas que reciben Medicaid, una batalla cada vez más difícil después que los republicanos señalaran que recortarían el programa bajo la presidencia de Donald Trump.
Dentro de su propia agencia, Ostrovsky ya sentía que era algo así como un paria. Después de haber posteado un tweet contra un plan republicano para revocar y reemplazar la Ley de Cuidado de Salud Asequible (ACA), fue sancionado y expulsado de sus proyectos principales. Un grupo conservador conocido como America Rising presentó un reclamo bajo el amparo del Freedom of Information Act para ver sus correos electrónicos, un movimiento visto como una intimidación.
Pero esa revelación mientras tomaba el café en Florida hizo que la crisis de las drogas se convirtiera en algo profundamente personal para Ostrovsky y su familia, lo que lo impulsó a actuar. Se dio cuenta que las soluciones no solo se trataban de dinero, sino también de combatir el estigma, y la marca que, aseguró, impidió que su tío obtuviera ayuda. Por eso, renunció a su trabajo en el gobierno el mes pasado y está hablando públicamente sobre la experiencia de su familia, para erradicar la vergüenza sobre la adicción a las drogas.
“No es lo que lo mató”, dice Ostrovsky, refiriéndose al estigma. “Pero eso lo mató”.
El otoño pasado, la administración Trump declaró que la crisis de opioides era una emergencia de salud pública, pero no asignó más fondos para una “epidemia” que mató a más de 42,000 en 2016, más que cualquier año registrado, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Esa declaración fue extendida la semana pasada. Los primeros datos indican que 2017 puede haber superado a 2016 en muertes por drogas.
En uno de los últimos intentos por controlar la crisis, Tom Wolf, el gobernador demócrata de Pennsylvania, declaró recientemente a la epidemia de opioides una emergencia por desastre en todo el estado. Por primera vez, los funcionarios de Pennsylvania dirigirán los recursos de emergencia hacia una crisis de salud pública de la misma manera que lo harían con un desastre natural.
La historia del tío ofrece una visión íntima de una crisis que ha incomodado a funcionarios a nivel local, estatal y nacional, ha agotado los recursos de salud pública y se ha infiltrado no solo en las calles y farmacias estadounidenses, sino también en lugares de trabajo y familias exitosas de clase media, como la de Ostrovsky. KHN acordó no divulgar el nombre del tío por respeto a la privacidad de su familia.
El tío emigró a los Estados Unidos desde Azerbaijan cuando tenía 16 años, en busca de un futuro mejor que el que le esperaba en la desmoronada Unión Soviética, recordó Ostrovsky. Su familia se estableció en Baltimore, donde se casó y tuvo su propia familia. Cuando no estaba trabajando, cocinaba kebabs de cordero y bailaba música de su país de origen. Era un anfitrión cálido y acogedor, e insistía en que los invitados tomaran al menos una taza de té.
“Incluso cuando no tenía nada, tomaba el último trozo de pan y lo ofrecía”, recordó Ostrovsky. Para Ostrovsky, era el “tío genial”, siempre traía a sus sobrinos baratijas de sus viajes.
En algún momento a principios de los 2000, el tío se divorció. Empezó a beber más, un vicio que Ostrovsky atribuyó en parte a su herencia cultural, pero que, sospecha, se convirtió en alcoholismo.
No está claro para la familia cuándo, exactamente, las drogas irrumpieron en su vida, aunque sus problemas parecen haber escalado en sus 30s. La droga que eligió fue la cocaína, se enteró Ostrovsky por el amigo de su tío, con quien a veces se drogaba.
Su incapacidad para funcionar en el trabajo y otras tensiones financieras eventualmente lo llevaron a consumir cocaína “crack”, una forma especialmente adictiva y más barata que produce un “viaje” instantáneo e intenso cuando se fuma. Meses antes de su muerte, perdió su trabajo y se deprimió. Empezó a consumir más y a probar nuevas drogas. Incursionó en las benzodiacepinas, una clase de drogas psicoactivas como Xanax y Valium, y en los opioides.
Los opioides, que en general incluyen tanto las drogas ilegales como la heroína y los analgésicos recetados como OxyContin, son particularmente peligrosos cuando se usan mal porque anulan la capacidad de respirar. Aquellos que usan opioides también desarrollan tolerancia a lo largo del tiempo, alentándolos a usar más. Estos datos son especialmente problemáticos ya que las drogas callejeras a menudo se mezclan con opiáceos más potentes, como el fentanilo, un analgésico de acción rápida, para crear un efecto más intenso.
Finalmente, el tío de Ostrovsky comenzó a vivir con “dealer”. La noche de su muerte, él y su amigo revisaron el escondite del traficante cuando estaba fuera, probando con pastillas y otras drogas. Cuando el distribuidor regresó, después que el amigo se había ido, el tío no abrió la puerta.
El amigo le contó a Ostrovsky que encontraron a su tío en el sofá, mirando “en paz”. Intentaron resucitarlo y pidieron ayuda. Sentado en la acera, vio a los paramédicos llevárselo.
El amigo dice que dejó de usar drogas y está inscrito en un programa de metadona, una opción de tratamiento que usa otro opioide para reducir los síntomas de abstinencia.
Obstaculizado por la ideología de la Casa Blanca, que ha promovido el enfoque en la revisión de los beneficios de Medicaid, por ejemplo, Ostrovsky dijo que su agencia anterior, los CMS, está “mal equipada” en este momento para manejar este problema. Entonces, por ahora, está trabajando fuera del gobierno.
Este mes, Ostrovsky anunció que se unirá a Concerted Care Group, un programa de tratamiento de adicciones con sede en Baltimore cuyos pacientes son mayormente beneficiarios de Medicaid, donde se desempeñará como CEO mientras la organización busca expandirse.
Ostrovsky prestó atención por primera vez a Concerted Care Group cuando era parte de un programa piloto de los CMS, que evitaba el enfoque de “vengo, recibo la droga y me voy” de la mayoría de los centros ambulatorios de adicción. “Esto no puede ser una clínica de metadona”, pensó Ostrovsky cuando se enteró por primera vez.
El grupo ofrecía a los pacientes espacios privados para tomar su medicina; guardias de seguridad para garantizar su seguridad; incluso café mientras esperaban, conservando al menos un mínimo de dignidad del paciente. Con el mismo espíritu, Ostrovsky espera que, compartir su historia personal sobre su tío combata el estigma que hace que los pacientes y sus seres queridos se avergüencen de pedir ayuda.
“Creo que esto es realmente importante, que la gente se entere de su historia y hable”, dijo, “y supere esa sensación de no querer tener esa conversación incómoda con el familiar que necesita ayuda”.