Cuando la Asociación Médica Americana (AMA) trasladó su sede a un famoso rascacielos de Chicago en 2013, las vistas desde la sala de conferencias del piso 47 fueron un espectacular incentivo de venta.
Pero ahora, esas panorámicas del río Chicago desde el edificio diseñado por Ludwig Mies van der Rohe, conocido como AMA Plaza, tienen una gran desventaja: usar el elevador en tiempos de COVID-19.
El elevador, que una vez fuera ejemplo de eficiencia para mover rápidamente a grupos de personas, es hoy la antítesis del distanciamiento social y un cuello de botella que multiplica los riesgos. A medida que avanza la reapertura en los Estados Unidos, el nuevo desafío para los empleadores en las ciudades es transportar personas con seguridad y controlar a los grupos que esperan frente al elevador.
Si quienes trabajan en torres de oficinas quieren estar seguros, expertos ofrecen consejos, algunos prácticos, otros no: quédate en tu esquina, de cara a la pared, y utiliza palillos de dientes (para apretar los botones). Los expertos no sólo estudian modelos matemáticos, también están creando tecnología, como herramientas de desinfección con luz ultravioleta y paneles activados por voz.
“Cuando existe el riesgo de que las enfermedades se propaguen de persona a persona, mantener un sistema de transporte vertical limpio y seguro es fundamental para ayudar a la vuelta al trabajo y a vivir seguros”, escribió en un correo electrónico Jon Clarine, jefe de servicios digitales de Thyssenkrupp Elevator.
Después de todo, la mayoría de los ascensores son espacios estrechos y cerrados donde apenas caben dos personas si se quiere mantener una distancia de 6 pies, muy por debajo de las doce personas o más que puede albergar el elevador de un edificio comercial o residencial.
Son un campo minado de botones y superficies que hay que tocar. La circulación del aire es limitada. Además, suelen abarrotarse dependiendo la hora.
La buena noticia es que, aunque la transmisión de la infección es posible si la gente exhala gotitas del virus en el ascensor, el tiempo que se pasa en un viaje es corto, dijo el doctor Steven Lawrence, experto en enfermedades infecciosas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis.
Aun así, recordó, “estás metido en una caja pequeña”.
Para mitigar esos riesgos, expertos insisten en que en el elevador se debe usar mascarillas, evitar tocar las superficies en la medida de lo posible y usar artículos como pañuelos desechables o incluso esos palillos de dientes para apretar los botones.
Además, se debe usar desinfectante de manos con frecuencia. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) recomiendan limitar el uso de los ascensores y, de ser posible, usar las escaleras.
Karen Penafiel, directora ejecutiva de la National Elevator Industry Inc., también recomienda que la gente se ponga de cara a las paredes del ascensor y que no hable, para minimizar la propagación del coronavirus.
“Tiene sentido, pero es contrario a todos los protocolos sociales con los que nos hemos criado”, señaló Penafiel.
Pero el mayor problema de los edificios de oficinas y residencias puede ser la recomendación de Penafiel, y otros expertos, de limitar a cuatro el número de personas en cada viaje.
Es un desafío logístico para los gerentes de edificios y para los empleadores que tienen miles de personas moviéndose dentro de un mismo edificio.
El propietario de AMA Plaza, Beacon Capital Partners, limitará a cuatro el número de personas en cada elevador, según un correo electrónico de Maureen Richardson, vocera de la compañía. Lo mismo ocurre con el One World Trade Center, de más de 90 pisos, en la ciudad de Nueva York y las aproximadamente 8,000 personas que trabajan allí, dijo Jordan Barowitz, vocero de la Organización Durst, que supervisa la gestión del icónico rascacielos.
Reducir el número de personas que suben a la vez a un edificio —en algunos lugares hasta en dos tercios— significa que la gente debe esperar, agrupada en el vestíbulo, tosiendo, estornudando y hablando en voz alta. “Ahí es donde se van a formar filas”, expresó Chris Smith, vicepresidente de mercadeo para Otis Elevator Co., sugiriendo, con optimismo, que se organicen filas ordenadas.
No es de extrañar que los clientes de Smith se quejen de los atascos frente al elevador. Por eso Otis ha creado simulaciones para mostrar cómo el escalonamiento de los tiempos de inicio de la jornada laboral y la creación de espacios entre empleados podría ayudar a reducir el flujo de personas.
Se trata de una complicada matemática. En un día normal, más de 3,000 personas trabajan en el edificio de 52 pisos del AMA. Con sólo cuatro pasajeros a la vez, que es la mitad de un elevador lleno, eso se traduce en unos 750 viajes cada mañana en 24 elevadores (y eso sin contar los viajes realizados en elevadores de carga).
Otro inquilino de AMA Plaza, WeWork, cuyo modelo de negocio depende de que la gente alquile sus oficinas, colocará carteles que indiquen distancias seguras en los vestíbulos, así como dispensadores de desinfectante de manos sin contacto.
El director general de WeWork, Sandeep Mathrani, dijo a la CNBC que el 40% de sus sitios ocupan un espacio de oficinas lo suficientemente bajo dentro de los edificios como para que se puedan usar las escaleras.
Pero subir, digamos, 36 tramos de escaleras no es una opción para la mayoría de la gente. (A los deportistas especializados en correr por escaleras les lleva cinco minutos cubrir tantos pisos. A una persona con un estado físico promedio le toma hasta 25 minutos). Y las escaleras no son viables en los edificios para aquellos con discapacidades físicas o problemas de movilidad.
Quienes viven en rascacielos no dejan de plantearse estas cuestiones. Tanto si vivien en edificios de lujo con recursos o en viviendas públicas sin ellos.
Para reducir la necesidad de tocar botones, explicó Smith de Otis, los elevadores podrían ponerse en modo “servicio de sabbat”, para que vayan automáticamente a todos los pisos, un servicio ofrecido durante décadas para aquellos cuya religión prohibe operar aparatos eléctricos en ciertos días.
También surgen nuevos negocios para hacer más seguros los elevadores. Hace más de dos meses, Philip Rentzis ayudó a fundar Ashla Systems, que vende sistemas de luz ultravioleta para elevadores que son similares a los que se utilizan para matar virus en los instrumentos hospitalarios.
Al menos 100 edificios ya se han apuntado para instalar la tecnología, aseguró Rentzis, en parte porque a los propietarios les aterrorizan los costos a largo plazo de los nuevos y rigurosos regímenes de limpieza.
Michael Rogoff, presidente de Akam Living Services Inc., una compañía de administración residencial en Nueva York y el sur de la Florida, dijo que sus empleados limpian los ascensores más de una vez cada hora, o incluso después de cada uso. Cuando los residentes se quejan por tener que pagar por servicios comunitarios que no usan, les recuerda los nuevos costos de limpieza.
“La limpieza y desinfección de los elevadores ha alcanzado un nivel diferente”, señaló Rogoff.
Pero incluso cuando las empresas evalúan sus opciones ante el tema de los elevadores, surge la dura realidad de lo difícil que será trasladar la fuerza de trabajo a donde debe estar, indicó Clarine de Thyssenkrupp.
Por ahora, AMA se plantea permitir que sus aproximadamente 1,000 empleados regresen a las oficinas unos 30 días después que la ciudad y el estado levanten las órdenes de quedarse en casa. Las órdenes de la ciudad se relajaron el 3 de junio.
La fase inicial de regreso al trabajo de AMA comenzará con “un 10% de los empleados de forma voluntaria”, según una declaración emitida por el gerente de medios de la asociación, Robert Mills. Aún no está claro cuándo, o cómo, podrá llevar al resto de sus empleados a sus oficinas en las alturas.