Cuando le dije a mi hija de 18 años, Caroline, que pronto podría descargar una aplicación para alertarla si se había estado recientemente en una situación de riesgo cerca de alguien con COVID-19, y que los funcionarios de salud pública esperaban combatir la pandemia con esas apps, su respuesta fue tajante.
“OK, pero nadie las va a usar”, respondió.
El pesimismo de mi hija, una joven adicta a los teléfonos inteligentes, es el reto que enfrentan los tecnólogos de todo el país al tratar de desarrollar e implementar aplicaciones para rastrear la pandemia en un momento en el que resurge en la mayoría de los estados.
A los que desarrollan aplicaciones, y a los expertos en salud pública que los observan de cerca, les preocupa que si no involucran a suficientes personas, las aplicaciones no lograrán captar un número significativo de infecciones, y de personas en riesgo de infección.
Su éxito depende de un alto nivel de cumplimiento y competencia en salud pública, algo de lo que los Estados Unidos ha carecido durante la crisis de COVID.
“Ni siquiera podemos hacer que la gente use máscaras en este país”, dijo el doctor Eric Topol, director del Scripps Research Translational Institute en San Diego. “¿Cómo vamos a hacer que sean diligentes en el uso de sus teléfonos para ayudar en el rastreo de contactos?”
Las aplicaciones de rastreo, un puñado de las cuales se han puesto a disposición del público en los Estados Unidos, permiten a los teléfonos celulares enviarse señales entre sí cuando están cerca, y si están equipados con la misma aplicación, o una compatible.
Los dispositivos mantienen un registro de todos sus encuentros digitales y, más tarde, alertan a los usuarios cuando alguien con quien estuvieron en proximidad física da positivo para COVID.
Para que una aplicación detenga un brote en una comunidad determinada, el 60% de la población tendría que utilizarla, aunque una tasa de participación menor podría reducir el número de casos y muertes, según un estudio reciente. Algunos dicen que una tasa de adopción tan baja como del 10% podría proporcionar beneficios.
En algunos lugares donde se han ofrecido este tipo de aplicaciones, el uso no ha alcanzado ni siquiera ese bajo umbral. En Francia, menos del 3% de la población había activado la aplicación respaldada por el gobierno, StopCovid, a fines de junio. La aplicación de Italia había atraído a alrededor del 6% de la población.
El porcentaje de residentes que han descargado la aplicación respaldada por Dakota del Norte y del Sur, Care19, está por debajo del 10%.
Una excepción es Alemania, donde más del 14% de la población descargó la Corona Warn App en la primera semana después de su lanzamiento.
Las aplicaciones para COVID-19 están generalmente destinadas a complementar el trabajo de los rastreadores de contactos, que hacen un seguimiento de las personas que han dado positivo en las pruebas del virus, preguntándoles dónde han estado y con quién.
Los rastreadores se ponen en contacto con los individuos potencialmente expuestos y les aconsejan qué hacer, como hacerse la prueba o la autocuarentena.
Hasta ahora, en los Estados Unidos el rastreo de contactos, lento y laborioso en en el mejor de los casos, ha sido un fracaso: se ha desplegado un número insuficiente de personas, a veces mal entrenadas, y las personas infectadas a las cuales han contactado a menudo no cooperan.
Las perspectivas del rastreo digital no parecen mejores. “Idealmente, debía existir una forma digital de complementar el rastreo de contactos”, explicó Topol. Pero “no hay ningún lugar aún a nivel mundial donde haya pruebas de que esta idea pueda ayudar realmente a la gente”.
Cerca de 20 aplicaciones de rastreo están en uso o en desarrollo en los Estados Unidos.
Un número creciente de desarrolladores de aplicaciones del país apuntan a las agencias de salud estatales porque Google, el fabricante de software para teléfonos móviles Android, y el fabricante de iPhone Apple no permiten que una aplicación utilice su plataforma conjunta sin el respaldo de un estado. La tecnología de Google-Apple, a pesar de su uso muy limitado hasta ahora, es considerada por muchos como la plataforma más prometedora.
Sin embargo, a muchos estados no les interesa tanto la tecnología de Google-Apple, ni del rastreo de contactos digitales en general. En una encuesta de Business Insider publicada en junio, sólo tres estados dijeron que se habían comprometido con el modelo de Google-Apple, mientras que 19 de ellos, incluída California, no se comprometieron. Diecisiete estados no tenían planes para ningun sistema de rastreo basado en teléfonos inteligentes. Los 11 restantes no respondieron o no fueron claros en cuanto a sus planes.
En abril, el gobernador de California, Gavin Newsom, dijo que su oficina estaba trabajando con Apple y Google para hacer que esta tecnología formara parte del plan del estado para salir de la orden de quedarse en casa. Dos meses más tarde, el Estado Dorado parece haberse retractado de la idea.
En su lugar, está capacitando a 20,000 rastreadores de contactos con la esperanza de que se pongan en marcha este mes. El Departamento de Salud Pública del estado dijo a California Healthline, en un correo electrónico, que la mayoría de los rastreos de contacto “se pueden hacer por teléfono, texto, correo electrónico y chat”.
La confianza es importante
Entre los múltiples obstáculos que impiden el uso satisfactorio de las aplicaciones de rastreo digital figura la indiferencia o la hostilidad a las medidas anti-COVID. Algunas personas ni siquiera usan máscaras o desconfían de otros esfuerzos de salud pública.
Además, en la medida en que las personas adopten el rastreo telefónico, podría pasar por alto los posibles brotes entre las poblaciones más afectadas: los adultos mayores y las personas de bajos ingresos, que suelen tener menos acceso a los teléfonos inteligentes.
“Si el uso es alto entre las personas de 20 años y bajo entre las personas mayores y en las residencias, no queremos que los mayores y las residencias pierdan la atención que deberían recibir a través de los esfuerzos de rastreo de contactos”, señaló Greg Nojeim, director del Proyecto de Libertad, Seguridad y Tecnología del Center for Technology and Democracy en Washington, D.C.
Los desafíos técnológicos no resueltos también podrían obstaculizar la eficacia de las aplicaciones.
Para captar los encuentros cercanos de riesgo entre usuarios, algunas aplicaciones emplean el GPS para rastrear su ubicación. Otras usan Bluetooth, que mide la proximidad de dos teléfonos celulares entre sí sin revelar su paradero.
Ninguno de los dos enfoques es perfecto para medir la distancia, y ambos podrían evaluar incorrectamente una amenaza de COVID para los usuarios. El GPS puede decir si dos personas están en la misma dirección, pero no si están en diferentes pisos de un edificio.
El Bluetooth determina la distancia basándose en la fuerza de la señal de un teléfono. Pero la fuerza de la señal puede distorsionarse si un teléfono está en el bolso o en el bolsillo de alguien, y los objetos metálicos también pueden interferir con ella.
La mayor barrera para la aceptación pública es la cuestión de la privacidad. Los defensores del sistema Google-Apple, que utiliza Bluetooth, dicen que las dos compañías mejoraron las perspectivas de aceptación al abordar preocupaciones fundamentales de privacidad.
Google-Apple no permitirá que las aplicaciones rastreen la ubicación de los usuarios de teléfonos inteligentes y garantiza que todos los contactos rastreados se almacenen en los teléfonos de las personas, y no en una base de datos centralizada que daría a las autoridades de salud pública un mayor acceso a la información.
Esto significa que cada decisión basada en los datos de rastreo depende de los usuarios de los teléfonos inteligentes. Ellos deciden si notifican a otros usuarios de la aplicación si contraen el virus o si siguen el consejo —de ponerse en cuarentena y contactar con las autoridades de salud pública— que acompañaría a una alerta de posible exposición.
El sistema Google-Apple facilita la comunicación entre las aplicaciones que lo utilizan, lo que podría ser especialmente importante en regiones multiestatales —el área metropolitana de Washington, por ejemplo— donde cada estado podría tener una aplicación diferente y la gente suele viajar de un lado a otro de las fronteras estatales.
Pero los desarrolladores de aplicaciones que no utilizan la plataforma Google-Apple tendrán dificultades para sincronizarse con ella, especialmente si sus aplicaciones rastrean lugares o utilizan un servidor centralizado.
Entre ellas se encuentran la aplicación Care19 en las Dakotas y Healthy Together, la aplicación de Utah, que utilizan tanto el GPS como la Wi-Fi para rastrear ubicaciones. Healthy Together también permite a los funcionarios de salud pública ver los nombres, números de teléfono e historial de ubicación de las personas.
Estos modelos son un anatema para los defensores de la privacidad, lo que podría limitar su uso. De hecho, Dakota del Norte ha anunciado que está planeando una segunda aplicación basada en la tecnología de Google-Apple.
Sin embargo, algunos expertos en salud pública advierten que el fuerte enfoque de privacidad de Google-Apple, con exclusión de otros factores importantes, puede limitar el valor de las aplicaciones para hacer frente a la pandemia.
“Apple-Google, al asociarse, ha definido de forma bastante estrecha lo que es aceptable”, indicó Jeffrey Kahn, director del Instituto Berman de Bioética de la Universidad Johns Hopkins. “Si estas cosas van a funcionar como todo el mundo espera, tenemos que tener una discusión más completa y pormenorizada sobre todas las cuestiones importantes”.
Las apps no te alertan en tiempo real necessariamente. Puede ser hasta 2 semanas después. Depende de cuándo la otra persona se entere que ha contraído el virus. Los teléfonos “recuerdan” todos los encuentros de cierta distancia ppor hasta unas dos semanas.
Esta historia de KHN se publicó primero en California Healthline, un servicio de la California Health Care Foundation.