Los brotes de COVID-19 han afectado a restaurantes en todo el condado de Los Ángeles, desde un Panda Express en Sun Valley hasta el Bruin Cafe de la Universidad de California. Si vives en Los Ángeles, puedes acceder a los informes sobre estos brotes en el sitio de internet del Departamento de Salud.
En la mayor parte del país, los comensales no saben qué restaurantes han sido vinculados con brotes de COVID-19.
Los restaurantes parecen estar entre los lugares más comunes para infectarse con el virus, pero el rastreo de contactos ha sido tan mediocre que pocos departamentos de salud han podido vincular la enfermedad con los restaurantes.
Cuando California Healthline se puso en contacto con los departamentos de salud de los 25 condados más poblados de los Estados Unidos, sólo nueve confirmaron que estaban recopilando y reportando datos sobre posibles vínculos entre los restaurantes y los casos de COVID.
Hasta el 30 de noviembre, 13 de los 25 condados no habían anunciado cambios en sus políticas sobre las comidas en interiores, a pesar de que las cifras de nuevas infecciones de COVID en el país han alcanzado niveles récord.
Aunque los investigadores de salud pública están convencidos de que comer en interiores es una actividad de riesgo en las áreas donde se está propagando COVID-19, ha sido difícil obtener datos sólidos que justifiquen las restricciones a los restaurantes.
Se necesitan investigaciones exhaustivas, y con abundantes recursos, sobre la enfermedad para determinar dónde estuvieron expuestas las personas al coronavirus, y esos esfuerzos de rastreo de contactos nunca se han puesto en marcha en la mayor parte del país.
Esto ha dificultado la elaboración de información más específica sobre restaurantes y bares de riesgo, y puede haber contribuido a una sensación de impotencia ante la pandemia entre consumidores y funcionarios.
No tenía por qué ser así, dijo el doctor Bill Miller, decano de investigación de la Facultad de Salud Pública de la Universidad Estatal de Ohio.
“Realmente hemos perdido una oportunidad” de utilizar el rastreo de contactos de manera sistemática para proporcionar “información útil que nos dé ideas sobre dónde podríamos necesitar intervenir”, añadió.
Para el rastreo de contactos de otras enfermedades infecciosas, como el VIH/SIDA, los investigadores suelen pedir a los pacientes que recuerden los contactos con los que podrían haber compartido el virus. También se adentran más en el pasado del paciente para tratar de determinar quién podría haberle infectado.
Pero el rastreo de contactos para COVID-19 no ha seguido este enfoque en Estados Unidos, en parte debido a la falta de recursos y de la confianza del público. Los departamentos de rastreo de contactos trabajan bajo mínimos, recogiendo pocos datos y enfrentándose a una población desconfiada y a menudo poco colaboradora.
Los rastreadores de contactos en el condado de Maricopa, Arizona, dan prioridad a conocer el nombre de los individuos antes que los lugares donde el coronavirus puede estar propagándose. Con excepción de los centros de cuidados a largo plazo y pocos lugares más, los investigadores no consideran que se ha producido un brote hasta que pueden rastrear 10 casos potenciales a un lugar, explicó Ron Coleman, portavoz del condado.
A medida que el invierno se acerca y la gente se reúne cada vez más en interiores, muchos gobiernos locales van a ciegas, al carecer de datos para crear y ajustar las políticas de restricción de COVID que podrían tener un impacto significativo en el creciente número de casos.
“Imagina que hay un evento deportivo importante”, dijo Miller. “Se te escaparía un grupo entero que surgió de una situación social” si no compruebas que, por ejemplo, una persona positiva en COVID ha ido a un bar lleno de gente para verlo.
El virus se propaga principalmente a través de las gotas respiratorias que una persona infectada puede liberar al estornudar, toser o hablar, y una comida en un restaurante combina varias actividades de alto riesgo en un solo lugar: estar sin mascarilla al comer y beber, reunirse con personas fuera de la “burbuja” del hogar y charlar durante una comida informal. Si la comida tiene lugar en el interior, la falta de ventilación agrava estos riesgos debido a la posibilidad de que el virus permanezca en el aire.
Las investigaciones publicadas sobre el papel que desempeñan los restaurantes en la pandemia son muy reveladoras. Todos los estudios pintan un cuadro aterrador de cuán potentes pueden ser los restaurantes en la propagación del COVID-19.
Un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en 10 estados encontró, que aquellos que habían dado positivo en la prueba de COVID-19, tenían más del doble de probabilidades de decir que habían estado en un restaurante en las dos semanas anteriores al comienzo de su enfermedad, en comparación con aquellos que dieron negativo. Haber ido a un restaurante era la única actividad que difería significativamente entre los que daban positivo y los que daban negativo por coronavirus.
Por ejemplo, ese estudio no pareció mostrar un mayor riesgo de infección relacionado con ir de compras, reunirse con diez o menos personas o pasar tiempo en una oficina, señaló Kiva Fisher, epidemióloga de los CDC y autora principal del estudio.
Por ello, no sorprende que las restricciones impuestas a los restaurantes parezcan ser efectivas para reducir la propagación del virus en una comunidad. De las muchas restricciones de distanciamiento social que los estados eligieron implementar al comienzo de la pandemia, el cierre de restaurantes tuvo el mayor efecto en la reducción de la propagación de la enfermedad, según investigadores de la Universidad de Vermont.
Un estudio reciente de la Universidad de Stanford, que utilizó datos de teléfonos móviles de diferentes ciudades para crear una simulación de la propagación viral, sugiere que los restaurantes que operan a plena capacidad propagan cuatro veces más infecciones de COVID-19 que el segundo peor lugar: los gimnasios bajo techo.
El modelo predice que sólo un 10% de los “puntos de interés” —lugares públicos donde se reúnen las personas— representan más del 80% de las infecciones ocurridas en lugares públicos, indicó Jure Leskovec de la Universidad de Stanford, autor principal del estudio de datos de teléfonos móviles.
“Un pequeño número de lugares de superdifusión provocan la gran mayoría de las infecciones”, añadió Leskovec. Lo que caracteriza a esos lugares es que “la gente se apiña y permanece allí mucho tiempo”.
Aún así, ninguno de estos estudios prueba definitivamente que comer en restaurantes cause infecciones, señalaron los investigadores. Identificar un caso en un restaurante concreto o en un grupo de restaurantes requiere el tipo de investigación sobre el terreno que pocas comunidades han podido realizar.
“Habría que seguir a la persona y contar con muchos más datos y detalles para poder hacer esa afirmación”, aseguró el epidemiólogo Fisher de los CDC.
Muchos países han logrado seguir los rastros individuales del virus. En China, por ejemplo, el rastreo de contactos reveló cómo el aire acondicionado de un restaurante pudo haber transportado las gotas virales de un paciente positivo de una mesa a otras dos, infectando a nueve personas.
En Japón, los investigadores utilizan el rastreo de contactos para identificar la concentración de la enfermedad en los lugares donde viven o se congregan las personas. De los aproximadamente 3,000 casos confirmados de enero a abril en ese país, los investigadores identificaron 61 grupos, el 16% de los cuales se encontraban en restaurantes o bares.
El hecho de que no se haya logrado un rastreo exhaustivo de los contactos significa que las decisiones sobre si cerrar los restaurantes, o cuántos clientes permitir a la vez, han dependido en gran medida del clima político local. Como los datos de la localización de contactos son incompletos, no siempre es fácil relacionar las restricciones a los restaurantes de una comunidad con el número de casos.
En San Diego, donde se había permitido comer en el interior de los restaurante, con restricciones, desde el comienzo del sistema de reapertura por etapas del estado, en agosto, el 9,2% de los residentes infectados por COVID informaron haber visitado un bar o restaurante hasta dos semanas antes de que aparecieran sus síntomas. Las comidas en el interior se prohibieron, el 14 de noviembre, porque el condado alcanzó el umbral de casos reportados que llevaron a los cierres requeridos por el estado.
En Houston, mientras tanto, el 8,7% de las personas con COVID entrevistadas para el rastreo de contactos mencionaron un restaurante, un café o una cafetería como posible fuente de exposición desde el 1 de junio. A los restaurantes de allí se les ha permitido operar al 75% de su capacidad interior desde mediados de septiembre.
Otros gobiernos locales tienen tasas de finalización de rastreo de contactos tan bajas que los datos recogidos pueden no ser significativos.
Por ejemplo, en Filadelfia, sólo el 2% de los pacientes de COVID entrevistados por rastreadores de contacto informaron haber ido a un restaurante, y la ciudad permitió que los restaurantes reabrieran sus puertas, para comer en el interior, el 8 de septiembre. Pero no está claro cuán representativas son las cifras de la ciudad. En una semana reciente, los investigadores de Filadelfia pudieron contactar sólo con el 29% de los 2,110 casos positivos. A pesar de esto, el 20 de noviembre se prohibió comer en el interior para combatir el aumento de casos.
En California, el estado restringe el funcionamiento de los establecimientos basándose en los índices generales de casos y de positividad en cada condado. Pero los condados con programas de rastreo de contactos más robustos, como Los Angeles, han podido acceder a importante información al entrevistar a pacientes positivos.
En Los Angeles, un 6% de las infecciones por COVID han ocurrido entre clientes de restaurantes, según el departamento de salud pública, aunque sólo se han permitido las comidas al aire libre desde que el estado estrenó su actual sistema de niveles en agosto.
Esos datos sugieren que incluso las comidas al aire libre pueden propagar el virus, advirtió Shira Shafir, profesora de ciencias de la salud comunitaria y epidemiología en la UCLA.
Shafir compra comida para llevar y apoya así a los restaurantes de su vecindario, pero no ha comido fuera desde febrero, porque piensa que no vale la pena el riesgo para ella y para los otros clientes, o para los trabajadores del restaurante.
“No quiero pedirle a nadie que corra un riesgo que yo no estoy dispuesta a correr”, concluyó.