La rápida propagación de omicron en todo el país —y la constatación de que las vacunas siguen proporcionando una fuerte protección contra la enfermedad grave— hace que covid-19 esté, quizás, a un paso, de ganarse su lugar en la lista de enfermedades que han sido dominadas por vacunas. Entre ellas se encuentra la poliomielitis, el sarampión, las paperas, la rubeola y la varicela, contra las que la mayoría de los niños deben vacunarse antes de empezar la escuela. Algunos estados han anunciado la obligatoriedad de las vacunas de covid para algunos escolares.
Pero no todo el mundo está de acuerdo en que la obligación de vacunar a los niños sea el camino a seguir. El senador Rand Paul, que se ha opuesto a los mandatos de vacunación, calificó a omicron como la “vacuna de la naturaleza”. Diecisiete estados, en su mayoría liderados por republicanos, han prohibido, de alguna manera, el requisito de estar vacunado contra covid para los estudiantes.
La resistencia a adoptar este tipo de mandatos tiene profundas repercusiones, sobre todo porque las tasas de vacunación entre los niños de 5 a 11 años siguen siendo alarmantemente bajas —por debajo del 15% en algunos estados—, a pesar de que a los niños de 5 años o más se los puede vacunar desde el otoño pasado.
La historia nos enseña por qué las bajas tasas de vacunación entre los niños implican un enorme riesgo, y por qué las autoridades deberían plantearse la posibilidad de hacer mandatoria la vacuna de covid en las escuelas.
En los Estados Unidos, los niños generalmente deben recibir una serie de vacunas antes de entrar en el sistema escolar. Estos requisitos contribuyen a garantizar que toda una generación reciba sus vacunas contra enfermedades que causaron temor durante décadas —incluso siglos— hasta que las vacunas hicieron su trabajo.
Esas enfermedades resultaron aún más aterradoras en lugares inmunológicamente “ingenuos”, al aparecer en cuerpos que nunca las habían sufrido. Ese es el lugar devastador en el que nos encontramos con covid-19 a principios de 2020.
Cuando los exploradores llevaron enfermedades como el sarampión, que circulaba desde hacía tiempo en el continente europeo, a las poblaciones nativas del Nuevo Mundo, se calcula que murió un 80% o 95% de la población indígena en repetidos brotes durante los siguientes 100 a 150 años.
Cuando se hizo más fácil viajar alrededor del mundo, el rey y la reina de Hawaii llegaron a Inglaterra en 1824 y ambos murieron allí de sarampión. El virus volvió a Hawaii en 1848 con una epidemia que mató a una cuarta parte de la población nativa, según una estimación, y luego se recrudeció para crear olas adicionales que mataron a más personas en las décadas siguientes.
Incluso después de que se desarrollaran las vacunas y de que enfermedades como el sarampión y la varicela dejaran de ser comunes (y no fueran peligrosas desde el punto de vista médico para la mayoría de los niños), Estados Unidos siguió obligando la vacunación en las escuelas por diferentes pero importantes razones.
Vacunamos contra la varicela y el sarampión en parte porque esas enfermedades pueden ser más mortales para los adultos, para los inmunodeprimidos y para los bebés, cuyo sistema inmunitario aún está en desarrollo. Igual que covid.
Vacunamos contra las paperas, que en sí misma suele ser una enfermedad leve, porque algunos de los que la contraen sufren graves complicaciones, como la pérdida de audición o la infertilidad en los varones que han pasado la pubertad. Se puede establecer un paralelismo con el “covid persistente”, y todavía no conocemos los efectos a largo plazo de covid, que puede inflamar los órganos.
Además, los niños con varicela deben soportar un prolongado y duro aislamiento en casa. Y vacunamos contra el virus de la varicela —y del sarampión— porque un brote en una escuela puede causar un trastorno importante si las tasas de vacunación son bajas, lo que desencadena acciones como el rastreo de contactos y otras medidas de salud pública.
Al igual que ocurre hoy con covid.
Podríamos tener suerte y lograr una inmunidad generalizada para covid con relativa rapidez, si las nuevas oleadas son cada vez menos abrumadoras. Pero incluso si eso ocurre, muchas personas no vacunadas morirán o enfermarán gravemente y algunos niños tendrán que faltar a la escuela. Nuevas cepas, potencialmente más peligrosas, podrían surgir. ¿Realmente queremos correr ese riesgo y no aprovechar al máximo esta herramienta tan eficaz que tenemos a nuestra disposición?
¿Qué camino queremos tomar para dejar atrás la pandemia: el más rápido y seguro de la vacunación obligatoria o el de quedarnos en un estado de duda prolongada?
Desgraciadamente, las vacunas contra covid llegaron en un momento de profundas divisiones nacionales, cuando la ciencia se había politizado y la desconfianza en el gobierno era grande. Incluso los padres que vacunan a sus hijos para que vayan a la escuela se han mostrado reacios a las vacunas contra covid. Los estados y distritos escolares que han anunciado planes para exigir la vacunación contra covid en las escuelas ya enfrentan reacciones negativas.
Muy diferente a la forma en que el público reaccionó a la introducción de las vacunas infantiles en el siglo XX. Las personas recibieron con entusiasmo la disponibilidad, en 1955, de la vacuna contra la poliomielitis, una enfermedad que podía tener consecuencias desastrosas para la salud, pero que —al igual que covid— era asintomática o leve en la mayoría de las personas infectadas, especialmente los niños. Las dudas que existían entonces no estaban motivadas por un intenso partidismo o división política.
Una de las explicaciones del entusiasmo de aquella época por una nueva vacuna era la buena memoria de los estadounidenses, que habían vivido temibles brotes de poliomielitis y las consiguientes cuarentenas durante gran parte de la mitad del siglo XX. En 1955, muchos estadounidenses conocían a alguien que había muerto a causa de la polio o que había quedado parcialmente paralizado. La gente ha vivido con covid durante un período de tiempo relativamente corto.
La resistencia a la vacuna contra covid tal vez desaparezca cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) cambie la vacuna para niños de la autorización para uso de emergencia a la aprobación total y cuando las oleadas de covid afecten a más estadounidenses.
Así es como mi manera de pensar sobre otra vacuna se vio afectada hace una generación: mi hija mayor contrajo varicela antes de que la vacuna estuviera disponible y pasó horas en baños de avena cubierta con la picazón de cientos de ampollas. No pudo volver al preescolar (ni yo al trabajo) durante 10 días, hasta que las ampollas se cubrieron de costras. Algunas cicatrices tardaron años en desaparecer.
Por eso cuando la vacuna contra la varicela salió al mercado en 1995, me apresuré a vacunar a mi hijo de 2 años. Aún así, tuvo varicela, pero un caso leve, como la mayoría de los casos de covid: una tarde, mientras jugaba, noté dos reveladoras ampollas en la parte superior del brazo que desaparecieron en 24 horas. No se perdió ninguna cita para jugar con sus amigos.
Al igual que muchas vacunas infantiles, esa inyección lo protegió a él, a nuestra familia, a mi trabajo, a nuestra cuidadora, a sus compañeros de clase, a su abuela y a todas las personas vulnerables con las que habíamos estado en contacto en el mercado o en el metro. Si queremos llevar esta pandemia a un rápido desenlace, vacunar a los escolares puede tener el mismo efecto dominó y puede ser el mejor remedio.