Amazon ha abierto una nueva frontera de atención médica: ahora se puede utilizar Alexa para transmitir datos de pacientes. Utilizando esta nueva función, que Amazon calificó como una “habilidad”, una compañía llamada Livongo permitirá a los pacientes con diabetes, a los que llama “miembros”, usar el dispositivo para “consultar su última lectura de azúcar en sangre, recibir información sobre tendencias en el manejo de la condición, y noticias y mensajes de salud personalizados”.
Las firmas de capital privado y de riesgo están enamoradas de una legión de nuevas empresas que promocionan los beneficios de las visitas médicas virtuales y la telemedicina para revolucionar la atención de salud, campo en el que invirtieron casi $10 mil millones en 2018, un récord para el sector.
Sin ser miembro de un gimnasio o ir a una clínica, una aplicación llamada Kinetxx proporciona a los pacientes terapia física virtual, junto con mensajes y registro de ejercicios. Y la Clínica Maven (que no es en realidad un lugar físico) ofrece orientación médica en línea y asesoramiento personal centrado en las necesidades de salud de las mujeres.
En abril, en la conferencia de Fortune’s Brainstorm Health en San Diego, Bruce Broussard, CEO de la aseguradora de salud Humana, dijo que cree que la tecnología ayudará a los pacientes a recibir ayuda durante las crisis médicas, citando los beneficios del monitoreo en el hogar y la capacidad de las visitas médicas que se realizarán a través de una videoconferencia.
Sin embargo, ahora, por esas visitas virtuales puede cobrarse, por ejemplo, hasta $225 (le ocurrió a esta autora cuando uno de sus hijos llamó por teléfono a un consultorio médico).
Las comunicaciones virtuales han optimizado la vida y han transformado muchas de nuestras relaciones para mejorarlas. Ya no hay necesidad de sentarse frente al escritorio de un contador o de una agencia de viajes, o de hacer fila en un banco. Y ciertamente hay espacio para la innovación digital en nuestro confuso y sobrevalorado sistema de atención médica.
Pero sigue siendo una pregunta abierta si la medicina virtual será un complemento valioso y conveniente para la atención de salud. O, en cambio, ¿será una manera en la que el sistema de salud del país, con fines de lucro, gane mucho dinero subcontratando las tareas básicas, al tiempo que proporciona una versión más frágil del tratamiento médico real?
Después de todo, mis médicos han respondido a mis preguntas durante mucho tiempo y han dado consejos gratuitos por teléfono y por correo electrónico, como parte de nuestra relación médico-paciente, sin usar el apodo de telemedicina. Y la oficina de mi obstetra ofreció un gran apoyo y asesoramiento durante dos embarazos difíciles. Tal vez deberían haber recibido un pago por ese valioso servicio, pero… ¿$235 por una llamada telefónica de minutos (lo que equivale a más de $ 2,000 por hora)?
Ni siquiera un abogado corporativo factura esa suma.
La lógica sostiene que algunas herramientas digitales de salud tienen un tremendo potencial: un neurólogo puede “revisar” a un paciente por video para ver si los movimientos faciales torcidos sugieren un derrame cerebral. Un paciente con un ritmo cardíaco irregular podría enviar rastreos digitales para ver si un nuevo medicamento recetado está funcionando. Pero el beneficio tangible de muchos otros servicios virtuales que se están ofreciendo es menos seguro. A algunas personas les puede gustar recibir comentarios sobre su sueño de un Apple Watch, pero no estoy segura que ocurra lo mismo con un medicamento.
Y si la medicina virtual se persigue en nombre de la eficiencia del negocio o solo de los beneficios, tiene un enorme potencial para empeorar la atención médica.
La enfermera de mi médico está mucho mejor preparada para responder a una pregunta sobre mi problema de salud que alguien en un centro de llamadas que lee un guión. Y, por muy minuciosa que sea una visita virtual, deja fuera parte de la información de diagnóstico que se recibe cuando se ve y se toca al paciente.
Un estudio publicado recientemente en Pediatrics encontró que los niños que tenían una visita de telemedicina para una infección de las vías respiratorias superiores eran mucho más propensos a recibir un antibiótico que los que vieron al médico en persona, lo que sugiere que quizás por esta vía se receta más.
Tiene sentido: un médico no puede usar un estetoscopio para escuchar los pulmones o mover un otoscopio en la oreja de un niño por video. Del mismo modo, un fisioterapeuta virtual no puede sentir los nudos en los músculos o notar una mueca fugaz en la cara de un paciente a través de una cámara.
Quizás lo más importante sea que la medicina virtual significa perder el apoyo que durante mucho tiempo ha sido una parte crucial de la profesión.
Tal vez la gente en momentos tan difíciles necesite, y merezca, contacto humano.
Por supuesto, las empresas como las mencionadas esperan recibir un reembolso por la supervisión remota y el asesoramiento virtual que proporcionan. Los inversores, a su vez, obtienen una generosa retribución sin tener que contratar a tantos médicos u otros profesionales de la salud.
Livongo, por ejemplo, ha recaudado un total de $235 millones en fondos. Y, a partir de 2018, Medicare anunció que permitiría que dichas herramientas de monitoreo digital “califiquen para un reembolso”, si son “respaldadas clínicamente”. Pero, en última instancia, ¿el bienestar de los pacientes o los inversionistas serán los que decidan qué herramientas cuentan con respaldo clínico?
Hasta el momento, con su nueva “habilidad”, Alexa podrá realizar media docena de servicios relacionados con la salud. Además del entrenamiento para la diabetes, puede encontrar la primera cita de atención de urgencia en un área determinada y verificar el estado de la entrega de un medicamento recetado.
Pero no proporcionará muchas cosas que los pacientes desean desesperadamente, como una estimación de precios confiable para una próxima cirugía, las tasas de infección en el hospital local, dónde se puede hacer una rueba de colesterol sin costo. Y si estamos tratando de llevar la atención de salud al siglo XXI con tecnología de punta, ¿algún otro sector todavía usa facturas en papel y faxes?
Elisabeth Rosenthal es editora jefe de KHN.