Cuando su hijo vino al mundo, el pasado mes de mayo, Kia Slade estaba embarazada de siete meses, no vacunada, y luchaba por respirar mientras sus niveles de oxígeno caían en picada.
Un caso grave de neumonía por covid había dejado a Slade delirando. Recordó que cuando el equipo de terapia intensiva trató de colocarle una máscara de oxígeno, se la arrancó. El ritmo cardíaco de su bebé empezó a bajar.
Slade tuvo una cesárea de urgencia en la unidad de cuidados intensivos (UCI), y Tristan nació 10 semanas antes de lo previsto. Solo pesaba 2 libras y 14 onzas, aproximadamente la mitad del tamaño de un bebé normal.
Pero Slade no lo conocería hasta julio. Estuvo conectada a un respirador, en coma inducido, durante ocho semanas, y desarrolló una grave infección y un coágulo de sangre mientras estaba inconsciente. Después de más de dos peligrosos meses en el hospital, durante los cuales su corazón se detuvo dos veces, Slade se vacunó contra covid-19.
“Ojalá me hubiera vacunado antes”, dijo Slade, de 42 años, que sigue demasiado enferma para volver a trabajar como profesora de educación especial en Baltimore. Los médicos “no dejaban de presionarme para que me vacunara, pero sentí que no había suficiente información para hacerlo”.
Hace un año, apenas había datos sobre la seguridad de las vacunas para las embarazadas como Slade, porque habían sido excluidas de los ensayos clínicos realizados por Pfizer, Moderna y otros fabricantes.
Ante la falta de datos, los expertos en salud dudaban y no habían llegado a un consenso sobre cómo aconsejar a las futuras madres. Aunque las autoridades sanitarias estadounidenses permitían la vacunación de las embarazadas, hacia enero de 2021 la Organización Mundial de la Salud la desaconsejaba; aunque más tarde revirtió esa recomendación.
La incertidumbre llevó a muchas mujeres a retrasar la vacunación, y solo alrededor de dos tercios de las embarazadas estaban completamente vacunadas el 5 de febrero, según el monitoreo de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) dejando a muchas futuras mamás en un alto riesgo de infección y complicaciones potencialmente mortales.
Según los CDC, más de 29,000 embarazadas han sido hospitalizadas con covid y 274 han muerto.
“Seguramente hubo mujeres que terminaron en el hospital porque no había información disponible para ellas”, señaló el doctor Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital Infantil de Philadelphia.
Los desarrolladores de vacunas dicen que las embarazadas —que tienen necesidades y riesgos de salud especiales— fueron excluidas de los ensayos clínicos para protegerlas de los posibles efectos secundarios de las nuevas vacunas de ARNm de Pfizer y Moderna, y las fórmulas elaboradas a partir del virus del resfriado, como la vacuna de Johnson & Johnson.
Pero un análisis de KHN también muestra que se dejó de lado a las embarazadas porque incluirlas en los estudios habría complicado y retrasado, potencialmente, el suministro de vacunas contra covid a la población general.
Un número cada vez mayor de investigadores sobre la salud de la mujer afirma que la exclusión de las embarazadas —y el retraso de meses en recomendar su vacunación— contribuyó a alimentar las dudas sobre la vacuna en este grupo vulnerable.
“Las mujeres y sus fetos mueren por la infección de covid”, afirmó la doctora Jane Van Dis, ginecóloga-obstetra del Centro Médico de la Universidad de Rochester que ha tratado a muchas pacientes como Slade. “Nuestro fracaso como sociedad a la hora de vacunar a las mujeres durante el embarazo será recordado por hijos e hijas, y familias que perdieron a sus madres por esta enfermedad”.
Nueva tecnología, riesgos inciertos
Cuando se desarrollaron las vacunas contra covid, los científicos tenían muy poca experiencia en el uso de vacunas de ARNm en embarazadas apuntó la doctora Jacqueline Miller, vicepresidenta de investigación de vacunas en Moderna.
“Cuando se estudia cualquier cosa en embarazadas, se tienen dos pacientes, la madre y el feto”, dijo Miller. “Hasta que no contáramos con más datos de seguridad, no queríamos llevarlo a cabo”.
Pero Offit señaló que las vacunas tienen un sólido historial de seguridad en el embarazo y no ve ninguna razón para haber excluido a las embarazadas. Ninguna de las vacunas que se utilizan actualmente —incluidas las de la varicela y la rubéola, que contienen virus vivos— ha demostrado ser perjudicial para el feto, según afirmó Offit.
Los médicos recomiendan habitualmente que las embarazadas se vacunen contra la tos ferina y la gripe.
Offit, coinventor de una vacuna contra el rotavirus, dijo que algunas preocupaciones sobre las vacunas provienen de intereses comerciales, no médicos. Las farmacéuticas no quieren arriesgarse a que se culpe a su producto de cualquier problema que surja en las embarazadas, aunque sea fortuito.
“Estas empresas no quieren malas noticias”, aseguró Offit.
En los Estados Unidos, las autoridades sanitarias normalmente habrían recomendado a las futuras madres que no recibieran una vacuna no probada durante el embarazo, señaló Offit, también miembro de un comité que asesora a la FDA sobre vacunas.
Pero debido a la urgencia de la pandemia, las agencias sanitarias permitieron que las embarazadas tomaran sus propias decisiones sobre las vacunas sin hacer ninguna recomendación.
A las asociaciones médicas de mujeres también les afectó la falta de datos. El Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos y la Sociedad de Medicina Materno-Fetal no animaron activamente a las embarazadas a vacunarse hasta el 30 de julio, después de que se publicaran los primeros estudios sobre vacunas en el mundo real. Los CDC hicieron lo propio en agosto.
“Si hubiéramos tenido estos datos al principio, habríamos podido vacunar a más mujeres”, expresó la doctora Kelli Burroughs, directora del departamento de obstetricia y ginecología del Hospital Memorial Hermann Sugar Land, cerca de Houston.
Sin embargo, los grupos antivacunas se apresuraron a crear temor entre las embarazadas, inundando las redes sociales con información errónea sobre el deterioro de la fertilidad y el daño al feto.
Durante los primeros meses tras la aprobación de las vacunas, algunos médicos se mostraron ambivalentes a la hora de recomendarlas, y otros siguen desaconsejando la vacunación a las pacientes embarazadas.
Se calcula que el 67% de las embarazadas están totalmente vacunadas, en comparación con el 89% de las personas mayores de 65 años, otro grupo de alto riesgo, y el 65% de los estadounidenses en general. Las tasas de vacunación son más bajas entre las minorías, ya que el 65% de las futuras madres hispanas y el 53% de las afroamericanas embarazadas están totalmente vacunadas, según los CDC.
La vacunación es especialmente importante durante el embarazo, debido a los mayores riesgos de hospitalización, ingreso en la UCI y ventilación mecánica, dijo Burroughs. Un estudio publicado en febrero por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) descubrió que las embarazadas con covid, de moderado a grave, también tenían más probabilidades de sufrir una cesárea, dar a luz antes de tiempo o desarrollar una hemorragia posparto.
Madres afroamericanas como Slade ya corrían un mayor riesgo de mortalidad materna e infantil antes de la pandemia, debido a los mayores riesgos subyacentes, la desigualdad de acceso a la atención y otros factores. Covid no ha hecho más que aumentar esos riesgos, indicó Burroughs, que ha persuadido a algunos pacientes contándoles que ella tuvo un embarazo y un hijo sanos después de vacunarse.
Slade aseguró que nunca se ha opuesto a las vacunas y que no dudó en ponerse otras vacunas durante el embarazo. Pero dijo que “simplemente no me sentía cómoda” con las vacunas contra covid.
“Si hubiera habido datos que dijeran que la vacuna contra covid era segura, que no le pasaría nada a mi bebé y que no había riesgo de defectos de nacimiento, me la habría puesto”, afirmó Slade, que tiene diabetes de tipo 2 desde hace 12 años.
Trabajar a la velocidad de la luz
A los científicos del gobierno en los NIH les preocupó, desde el principio, el riesgo que significaba covid para las embarazadas, y sabían que las futuras madres necesitaban las vacunas tanto o más que cualquier otra persona, explicó el doctor Larry Corey, líder de la COVID-19 Prevention Network, que coordinó los ensayos de la vacuna para el gobierno federal.
Pero incluir a embarazadas en los ensayos clínicos más grandes podría haber provocado interrupciones y retrasos, señaló Corey. Los investigadores habrían tenido que inscribir a miles de voluntarias embarazadas para lograr resultados estadísticamente sólidos, añadió.
El embarazo puede acarrear una amplia gama de complicaciones: diabetes gestacional, hipertensión, anemia, hemorragias, coágulos de sangre o problemas con la placenta, por ejemplo. Hasta el 20% de las embarazadas tienen abortos espontáneos. Dado que los investigadores se habrían visto obligados a analizar cualquier problema médico para asegurarse de que no era culpa de las vacunas contra covid, incluir a las embarazadas podría haber supuesto tener que poner en pausa esos ensayos, dijo Corey.
Ante el creciente número de muertes por la pandemia, “teníamos la misión de hacer esto lo más rápido y exhaustivo posible”, señaló Corey. Hacer que las vacunas estuvieran disponibles en un año “salvó cientos de miles de vidas”.
Los primeros datos sobre la seguridad de la vacuna contra covid en el embarazo se publicaron en abril, cuando los CDC anunciaron un análisis de casi 36,000 embarazadas vacunadas que se habían inscrito en un registro llamado V-safe, que permite a los usuarios registrar las fechas de sus vacunas y cualquier síntoma posterior.
Las investigaciones que siguieron demostraron que las vacunas contra covid no estaban asociadas a un mayor riesgo de aborto o parto prematuro.
La doctora Brenna Hughes, especialista en medicina materno-fetal y miembro del grupo de expertos en covid del Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos, está de acuerdo en que sumar a las embarazadas a los ensayos a gran escala de vacunas y fármacos contra covid tal vez era poco práctico. Pero añadió que los investigadores podrían haber lanzado ensayos paralelos con mujeres embarazadas, una vez que los primeros estudios demostraran que las vacunas eran seguras en humanos.
“¿Habría sido difícil? Todo lo relacionado con covid es difícil”, afirmó Hughes. “Pero habría sido factible”.
La FDA exige que los investigadores realicen estudios adicionales en animales —llamados estudios de toxicidad en el desarrollo y la reproducción— antes de probar las vacunas en embarazadas. Aunque estos estudios son esenciales, tardan entre cinco y seis meses, y no se completaron hasta finales de 2020, al momento que se autorizaron las primeras vacunas para adultos, dijo la doctora Emily Erbelding, directora de microbiología y enfermedades infecciosas del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, parte de los NIH.
Los estudios sobre el embarazo “llegaron mucho más tarde”, indicó la doctora Irina Burd, directora del Centro de Investigación Integrada de Medicina Fetal de Johns Hopkins y profesora de ginecología y obstetricia. “Deberían haberse hecho antes”.
Los NIH están llevando a cabo un estudio sobre las embarazadas y las puérperas (que acaban de dar a luz) que decidieron vacunarse por su cuenta, contó Erbelding. El estudio debe estar terminado en julio de 2023.
Janssen y Moderna también llevan a cabo estudios en embarazadas, ambos previstos para 2024.
Los científicos de Pfizer se encontraron con problemas cuando iniciaron un ensayo clínico, que habría asignado aleatoriamente a embarazadas una vacuna o un placebo. Porque una vez que las vacunas estaban ampliamente disponibles, muchas pacientes no querían arriesgarse a no estar vacunadas.
Pfizer ha dejado de reclutar pacientes y no ha dicho si informará públicamente de los datos del ensayo.
Hughes dijo que los desarrolladores de vacunas deben incluir a las embarazadas desde el principio. “Existe la idea de proteger a las embarazadas de la investigación”, afirmó. “Pero deberíamos proteger a los pacientes a través de la investigación, no de la investigación”.
Recuperación física y emocional
Slade aún lamenta haberse visto privada de tiempo con sus hijos mientras luchaba contra la enfermedad.
El hecho de estar conectada a un respirador artificial le impidió pasar esas primeras semanas con su recién nacido, o ver a su hija Zoe, de 9 años.
Incluso cuando Slade pudo por fin ver a su hijo, no pudo decirle que lo quería ni cantarle una canción de cuna, un tubo de respiración en la garganta le impedía hablar.
Hoy Slade es una firme defensora de la vacunación contra covid, y les pide a sus amistades y familiares que se vacunen para evitar sufrir lo que ella sufrió.
Slade tuvo que volver a aprender a caminar después de estar postrada en la cama durante semanas. El largo tiempo con un respirador puede haber contribuido a su parálisis estomacal, que a menudo le provoca un intenso dolor, náuseas e incluso vómitos cuando come o bebe. Slade pesa hoy 50 libras menos que antes de quedar embarazada y acude a urgencias cuando el dolor es insoportable. “La mayoría de los días, me siento muy mal”, dijo Slade.
Su familia también sufrió. Como muchos bebés nacidos prematuramente, Tristan, que ahora tiene casi 9 meses y gatea, recibe fisioterapia para fortalecer sus músculos. Con 15 libras de peso, está bastante sano, aunque su médico dijo que tiene síntomas de asma.
A Slade le gustaría asistir a una terapia familiar con Zoe, que rara vez se queja y tiende a guardarse sus sentimientos. Sabe que su enfermedad debe haber sido aterradora para su pequeña.
“El otro día estaba hablando conmigo”, comentó Slade, “y me dijo: ‘Sabes, casi tuve que enterrarte'”.